Un maestro vedantín había
pronunciado una charla sobre el denominado fenómeno de superposición, es
decir, cuando creemos ver algo que no es tal por la ilusión de los sentidos.
-Los sentidos son a menudo
engañosos -declaró-. Hay que ejercitarse para saber ver más allá de los
sentidos. A veces los sentidos nos proporcionan una información que creemos
veraz pero que no lo es.
Cuando finalizó su
charla, un contumaz racionalista que había entre los asistentes,
despóticamente declaró:
-No hay otra cosa que los
sentidos y lo que ellos nos dicen. Hablas por hablar y confundes a la gente que
te oye; pero conmigo es diferente. Yo no me dejo confundir por tus palabras. ¿A
que no eres capaz de poner un ejemplo claro sobre lo que has predicado?
Una leve sonrisa asomó a
los labios del maestro de Vedanta. Se había encontrado a menudo con ese tipo de
personas que confian sólo en sus sentidos y, empero, no son capaces de ver más
allá de sus cejas.
-Te contaré un suceso
-dijo cariñosamente el maestro-. Fue hace unos meses, cuando iba viajando en
tren por el norte de la
India. En mi mismo departamento viajaba un campesino
tibetano. Como en el Tíbet no hay trenes, era la primera vez que el buen hombre
viajaba en tren. Estábamos recorriendo una zona montañosa. En poco tiempo
cruzamos siete túneles. Entonces, atónito, el campesino dijo:
-¿Para qué sirven estos
inventos modernos? Resulta que yo con mi burro recorro una distancia mayor en
un solo día, y llevamos ya siete días y siete noches en este cacharro y todavía
no hemos llegado a nuestro destino.
El Maestro dice: No sólo pueden fallar los sentidos, sino que
más a menudo falla el que interpreta la información de sus sentidos.
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india),
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