En
cierto poblado vivía un Bracmán llamado Harisarman. Era pobre y tonto, lo cual
le impedía conseguir un trabajo con el cual poder alimentar a sus numerosos
hijos. Así, para conseguir algún sustento iba pidiendo limosna de casa en casa.
Un
día llegó a una importante ciudad y quiso su suerte que entrase al servicio de
un hombre muy rico, llamado Estuladata. Sus hijos guardaron los ganados del
dueño, y su mujer cuidó de preparar las comidas. En cuanto a él, vivió cerca de
la casa de su patrón y se ocupó del cuidado de sus propiedades.
Un
día celebróse una gran fiesta en la casa, en ocasión del casamiento de una hija
de Estuladata, a la misma asistieron todos los amigos del potentado. Harisarman
tenía la confianza de poderse hinchar de cosas buenas; pero nadie en la casa se
acordó de él ni de su familia.
Esto
le molestó mucho, y aquella noche al acostarse, le dijo a su mujer:
-Es
a causa de mi pobreza y estupidez que me tratan de esta manera. Voy a fingir
que poseo un poder mágico, y así Estuladata me respetará. En cuanto se te
presente una ocasión, dile que tengo poderes mágicos.
Reflexionando
sobre esto, pasó gran parte de la noche, y al fin, cercana ya el alba,
levantóse de la cama y cogió el caballo del cuñado de Estuladata y lo escondió
a cierta distancia de la casa.
A
la mañana siguiente, los amigos del novio no pudieron encontrar el caballo por
más que buscaron, y mientras Estuladata ordenaba a sus criados que buscaran en
todas direcciones hasta encontrar el caballo y el ladrón, la mujer de
Harisarman fue a verle, diciéndole:
-Mi
marido está muy versado en la Astrología y en las ciencias mágicas. Estoy
segura de que podría devolveros el caballo. ¿Por qué no vais a interrogarle?
Al
oír esto, Estuladata mandó llamar a Harisarman, quien dijo:
-Ayer
fui olvidado, pero ahora que han robado el caballo os acordáis de mí.
-Me
olvidé de ti, perdóname -dijo humildemente Estuladata.- Te pido por favor que
me digas quién ha robado el caballo de mi yerno, y dónde está.
Harisarman
asintió en silencio y marcó unas líneas en el suelo, donde se sentó a
reflexionar. Al cabo de un rato de permanecer sumido en fingidas meditaciones,
dijo:
-El
caballo ha sido dejado por los ladrones en el bosquecillo que hay a una legua
de aquí. Lo han colocado allí para trasladarlo a otro lugar en cuanto
anochezca.
Al
escuchar estas palabras, los criados de Estuladata se dirigieron al sitio
indicado y regresaron con el caballo, alabando grandemente la sabiduría de
Harisarman, a quien calificaron de sabio y le concedieron infinidad de honores.
Pasó
el tiempo y llegó un día en que del palacio del Rajá se llevaron gran cantidad
de joyas de oro y plata. Como no se pudo encontrar el ladrón, el Rajá mandó
llamar a Harisarman, cuyo conocimiento de los ciencias ocultas era conocido en
toda la población.
-Mañana
os contestaré a vuestra pregunta -dijo Harisarman al verse ante el soberano.
Su
único deseo era ganar tiempo, en la esperanza de que sucediera algún milagro.
El
Rajá ordenó que le prepararan una habitación en el palacio y Harisarman se
trasladó a ella, lleno de pesar por haber pretendido conocer lo que ignoraba.
Una
de las sirvientas del palacio, llamada Lenua, era quien, con ayuda de su
hermano, había robado las joyas. Alarmada por la presencia de Harisarman, fue a
medianoche a escuchar por la cerradura de la habitación del falso mago. Este se
hallaba en aquellos momentos maldiciendo su lengua, con la que había formulado
la mentira de que era práctico en las ciencias mágicas.
-¿Qué
has hecho, lengua, qué has hecho? ¡Malvada, pronto recibirás por entero el
castigo que te mereces!
Lenua,
que oyó estas palabras, creyó que Harisarman decía Lenua en vez de lengua, y
loca de terror por haber sido descubierta, entró en la estancia y postrándose
ante el sabio mago, le dijo con voz entrecortada:
-Bracmán,
yo soy Lenua a quien habéis descubierto. Soy la ladrona del tesoro, que escondí
en el jardín de palacio, debajo de un granado. Os pido por favor que no me
descubráis y aceptéis la pequeña cantidad de oro que tengo.
Al
oír esto Harisarman replicó vivamente:
-Retírate;
sé todo lo que me dices; conozco el presente, pasado y futuro; pero no te
denunciaré, porque eres una miserable criatura que ha implorado mi protección.
Sin embargo, es necesario que me entregues todo el oro que tienes en tu poder.
La
criada aceptó muy agradecida y se retiró de la habitación, dejando a Harisarman
grandemente asombrado.
-El
Destino es inquebrantable -se dijo.- Está decidido que yo sea un sabio mago y a
pesar de haber estado a dos pasos de la muerte, he salido bien librado.
Mientras maldecía mi lengua, la ladrona Lenua se ha arrojado a mis pies,
suplicándome que no la descubra. ¡Cuántos delitos hace descubrir el miedo!
Con
estos pensamientos, Harisarman pasó alegremente la noche, y cuando al llegar la
mañana fue conducido ante el Rajá hizo unos cuantos movimientos extraños y al
fin declaró haber descubierto que lo robado se encontraba en el jardín, debajo
del único granado que en él había. Declaró también que el ladrón había huido
con parte de lo robado.
Tanta
admiración produjo al soberano la sabiduría de Harisarman, que le entregó en
soberanía, diversos pueblos del reino.
Pero
un ministro llamado Devajnanin susurró al oído del Rajá:
-¿Cómo
es posible que un simple Bracmán posea un poder mágico que sólo se obtiene
después de muchos años de estudios? Tened la seguridad de que ese hombre está
de acuerdo con los ladrones y todo lo que ha hecho ha sido valerse de los
informes que le han dado. Antes de entregarle esos pueblos, será mejor que lo
pongáis de nuevo a prueba.
El
Rajá quedó convencido por las cuerdas palabras de su ministro, y cogiendo una
taza de porcelana la llenó de agua, metiendo en ella una cría de ranas. La
cubrió luego con un paño y se la presentó a Harisarman, pidiéndole dijese lo
que había allí dentro.
Al
oír esto, el Bracmán cerró los ojos, pensando que había llegado su última hora,
y recordando lo que le decía su padre cuando hacía algo malo, murmuró:
-¡Dónde
te has metido, renacuajo!
El
Rajá y los cortesanos prorrumpieron en aplausos al oír estas palabras del
Bracmán, ya que en un momento había adivinado el contenido de la taza. El
soberano añadió otros pueblos a los que ya le había donado, además, un saco de
rupias y una hermosa sombrilla.
Y
así, gracias a la costumbre de su padre de llamarle renacuajo, Harisarman se
convirtió en uno de los hombres más ricos de la India.
004. Anonimo (india),
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