Érase
una vez un Rajá llamado Dantal, poseedor de montones de rupias, soldados,
caballos y elefantes. Tenía también un hijo llamado el príncipe Maxnun, que era
un jovencito de dientes como perlas, mejillas sonrosados, cabello color de
fuego, labios como rubíes, y cutis como la nieve que cubre las cimas del
Himalaya.
Al
príncipe le gustaba mucho jugar con Husain, el hijo del Visir, y se pasaban los
dos las tardes en los jardines del Palacio, que estaban llenos de árboles y
flores. Con sus cuchillos de oro, los dos niños mondaban los frutos y se los
comían. También iban los dos a estudiar a las órdenes del profesor que el Rajá
había tomado para su hijo.
Un
día, cuando los dos muchachos se hubieron convertido en hombres, el príncipe
dijo a su padre:
-Husain
y yo quisiéramos ir de caza.
El
soberano no opuso el menor inconveniente, y los dos jóvenes mandaron preparar
sus caballos y arreos de caza. El lugar que escogieron para cazar fue la región
de Falana, más no obstante pasar el día entero en ella, sólo encontraron
chacales y pájaros pequeños.
El
Rajá de la región de Falana, se llamaba Munsuk, y tenía una hija de peregrina
belleza, la princesa Laili. Esta princesa recibió una noche la visita de un
ángel que le envió Kuda con la orden de que debía casarse con el príncipe
Maxnun. Al despertarse, la princesa contó a sus padres la visión del ángel,
pero el Rajá no prestó atención.
Desde
aquella noche, Laili no dejaba de pronunciar el nombre del esposo que Kuda le
destinaba.
-Maxnun,
Maxnun; quiero casarme con Maxnun.
Hasta
durante las comidas pronunciaba el nombre del Príncipe. Y a tal extremo llegó,
que su padre, irritado, le preguntó un día.
-Pero
¿quién es ese Maxnun? ¿Quién ha oído hablar de él?
-Es
el hombre con quien Kuda me ha ordenado que me case.
Pasaron
los días y Maxnun y Husain llegaron a la región de Falana. La hermosa Laili,
que había salido a respirar el puro aire del campo, y por casualidad encontróse
detrás de los cazadores, iba murmurando como de costumbre:
-Quiero
casarme con Maxnun; Maxnun, Maxnun. El príncipe oyó su nombre, y volviéndose
preguntó:
-¿Quién
me llama?
Laili,
le miró fijamente y al momento quedó locamente enamo-rada.
-Estoy
segura de que ese es el príncipe Maxnun con quien tengo que casarme.
Sin
esperar más, corrió a Palacio y le dijo a su padre que deseaba casarse con el
príncipe Maxnun que había llegado al país.
-
Muy bien -replicó el padre, te casarás con él. Mañana le pediremos que acceda
a ser tu esposo.
La
princesa consintió en esperar, aunque estaba muy impaciente. Pero ocurrió que
el príncipe y su amigo abandonaron aquella misma noche el reino de Falana, y
cuando se enteró de ello la princesa, creyó enloquecer de dolor. Sin hacer caso
de sus padres ni de sus servidores, corrió a la selva y se fue alejando,
murmurando mientras caminaba:
-Maxnun,
Maxnun; ¿dónde estáis?
Y
así caminó durante doce años.
Al
cabo de este tiempo encontró un faquir (en realidad era un ángel, pero la
princesa lo ignoraba), que le preguntó:
-¿Por
qué vas diciendo "Maxnun, Maxnun; quiero casarme con Maxnun"?
-Soy
la hija del Rajá de Falana, y quiero encontrar al príncipe Maxnun. Dime dónde
está su reino.
-No
creo que jamás consigas llegar allí -replicó el faquir. Ese reino está muy
lejos y tendrás que cruzar infinidad de ríos.
Laili
replicó que no le importaba, que su único deseo era llegar junto al príncipe
Maxnun.
-Está
bien -replicó el faquir. Cuando llegues al río Bagirati encontrarais un enorme
pez que se llamo Roú. Pídele que te lleve al país del príncipe Maxnun.
La
princesa llegó al río Bagirati y vio en efecto un enorme pez que se llamaba
Roú. En aquel momento estaba bostezando y, sin vacilar un momento, Laili se
lanzó dentro del cuerpo del pez. Mientras hacía esto iba murmurando:
-Maxnun,
Maxnun; quiero casarme con Maxnun.
Al
oír dentro de su estómago estas palabras, Roú llevóse un susto enorme, y
queriendo huir de la extraña cosa, metióse dentro del río y nadó, nadó, durante
doce años hasta que ya no pudo más, que fue al llegar al reino de Falana.
Un
chacal que tomaba el sol junto al río quedó muy asombrado al oír al pez gritar:
-Maxnun,
Maxnun; quiero casarme con Maxnun.
-¿Qué
te ocurre, Roú? -preguntó.
-No
lo sé -replicó con lágrimas en los ojos el pez. Tengo algo dentro de mi cuerpo
que me hace hablar como los humanos. ¿Quieres decirme qué es?
-Tendré
que meterme dentro de tu cuerpo, pues desde fuera no puedo verlo.
-Métete
-contestó Roú.- Quiero verme libre de una vez de esta molestia.
El
pez abrió la boca todo lo que pudo, y el chacal metióse dentro de él. A los
pocos minutos salió asustado, diciendo:
-Roú,
tienes una bruja dentro del cuerpo. Me marcho porque tengo miedo de que me
coma.
Tras
el chacal llegó una enorme serpiente, que se detuvo ante el pez, al oírte
decir:
-Maxnun,
Maxnun; quiero casarme con Maxnun.
-¿Qué
significan esas voces? -preguntó.
-Por
favor -suplicó Roú,- dime qué es lo que tengo dentro del estómago.
-Abre
la boca y me meteré hasta tu estómago, y así descubriré este misterio.
El
pez abrió de nuevo la boca, y la serpiente se deslizó hasta su estómago, de
donde salió al momento, diciendo asustada:
-En
el estómago tienes una bruja terrible, y si no la sacas pronto de tu cuerpo,
acabará devorándote.
-Pero,
¿cómo me desharé de ella? -contestó muy triste el pez.
-Hay
un medio. Si quieres te abriré el vientre con un cuchillo y te sacaré a la
bruja.
-Pero
si haces eso me matarás.
-No
lo creas, porque luego te daré una medicina y quedarás igual que antes.
Convencido
por estas palabras, Roú consintió en que le abriesen el vientre, y la serpiente,
armada de un cuchillo muy afilado, hizo un largo corte, por el cual salió
Laili.
La
princesa era ya muy vieja. Doce años había pasado en la selva virgen, y otros
doce en el estómago de Roú; no era ya una belleza, y le faltaban todos los
dientes.
La
serpiente, entregó al pez una botella lleno de un líquido mágico, y tomando
sobre sus lomos a la princesa, la condujo al palacio del Rajá Maxnun.
Unos
soldados que le oyeron decir: "Maxnun; ¿dónde estás?", le pregunta-ron
qué buscaba.
-Quiero
ver al Rajá -contestó la princesa.
Los
soldados avisaron al Rajá, diciéndole:
-Una
vieja muy vieja, quiere veros, Majestad.
-Hacedla
pasar y que exponga sus deseos -contestó el soberano.
Los
soldados condujeron a Laili a presencia del Rajá, a quien dijo:
-He
venido a casarme contigo. Hace veinticuatro años fuiste a cazar a las tierras
de mi padre, el Rajá de Falana. Entonces quise casarme contigo, pero te
marchaste antes de que pudiera decírtelo y desde entonces te he buscado por
toda la India.
-Perfectamente
-replicó el Rajá. Nos casaremos cuando tú quieras.
-Antes
es necesario que pidas a Kuda que nos vuelva otra vez jóvenes.
El
soberano rogó a Kuda que devolviese la juventud que él y la princesa habían
perdido, y Kuda, le susurró al oído:
-Toca
las ropas de Laili y arderán. Cuando se apaguen las llamas, ella y tú seréis de
nuevo jóvenes.
Así
ocurrió y durante varias semanas el reino celebró grandes festejos en señal de
alegría por el casamiento de su soberano con la hermosa princesa Laili.
Al
cabo de un tiempo de casados, el Rajá y Laili se trasladaron al reino de
Falana, a visitar a los padres de la princesa. Estos, habían llorado tanto la
pérdida de su hija que estaban ciegos, pero Kuda, accediendo a los ruegos de
Laili, les devolvió la vista.
Para
celebrar este acontecimiento hubo numerosos festejos en el reino, y los esposos
permanecieron allí durante tres años.
Transcurrido
este tiempo se despidieron del Rajá Munsuk y regresaron al reino de Maxnun.
De
cuando en cuando, los esposos solían a cazar, y un día el Rajá quiso entrar en
una selva muy espesa.
-No
entremos -le dijo Laili.- Tengo el presentimiento de que en esta selva puede
ocurrirnos algo malo.
Maxnun
se rió de los temores de su esposa y la hizo entrar en la selva. Kuda que les
observaba desde el cielo se dijo:
-
Me gustaría saber cuánto quiere Maxnun a Laili. ¿Se sentirá muy desolado si
muriese? ¿Volvería a casarse? Voy a verlo.
Llamando
a uno de sus ángeles le ordenó que descendiera a la selva adoptando la forma de
un faquir. El ángel lo hizo así, y al llegar encima de la princesa, tiró unos
polvos mágicos, y Laili cayó al suelo convertida en un montón de pavesas.
El
Rajá Maxnun lloró copiosamente al ver a su amada Laili convertida en cenizas, y
lanzando grandes sollozos regresó a su palacio, del cual no salió en muchos
años.
Al
fin, el dolor fue menguando, y de nuevo reanudó sus paseos con su amigo Husain.
Los cortesanos le aconsejaron que volviera a casarse, pero el Rajá se negó.
-Mi
esposa sólo será Laili -contestó firmemente.
-Pero
¿cómo puedes casarte con Laili, si está muerta? -le preguntó Husain-. Ella no
puede volver a ti.
-Entonces
no tendré otra esposa.
Al
pronunciar el Rajá estas palabras, sonó un trueno y de un rosal próximo cayó
una rosa al suelo. Una nubecilla de humo brotó de la flor, y al disiparse,
apareció más bella que nunca la princesa Laili.
Maxnun
se arrodilló ante ella y derramando abundantes lágrimas, le juró que nunca más
dejaría de seguir su consejo.
Y
cuentan las crónicas del país, que los dos soberanos reinaron más de cien años,
sin que ninguno de ellos envejeciera nunca.
El
día en que cumplía el siglo de su reinado, Maxnun y Laili, salieron al mirador
de su palacio y en aquel momento sonó un trueno lejano y el cielo se oscureció
unos segundos. Cuando volvió a hacerse la luz, los esposos habían desaparecido,
y cuando los cortesanos salieron al mirador en su busca, vieron sorprendidos
que de las losas de mármol habían brotado toda clase de rosas.
Y
aunque jamás se regaron, aquellos rosales siguieron viviendo en el mármol y
fuera verano o invierno, siempre tenían rosas.
Cuentan
los palaciegos que cada vez que se cumple un nuevo centenario de la
desaparición de los reyes, las rosas se agitan aunque no haga viento, y en el
mirador se oye una voz femenina que dice:
-Maxnun,
Maxnun.
Y
una voz de hombre replica:
-Laili,
Laili.
004. Anonimo (india),
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