La pequeña Andal sólo
tenía diez años cuando ya todo el mundo en su ciudad conocía su especial
devoción por el dios Krishna.
Su padre, Vishnuchittar,
había sido el sacerdote del monarca de Madurai y había conocido grandes honores.
Un día había decidido regresar a su aldea natal y llevar una existencia de
soledad. Pero, en su camino de regreso, había encontrado a una recién nacida
en el bosque y la había criado como su hija, inculcándole desde pequeña el
amor a Krishna.
Desde que tuvo uso de
razón, la niña pasaba todo el día en cánticos y ofrendas al dios y, por las
noches, Krishna se le aparecía en sueños. Su vida giraba en torno al templo y
a las ofrendas y el único aspecto mundano en el carácter de la niña era su
gusto por adornarse con las guirnaldas de flores de las ceremonias religiosas.
Vishnuchittar le
recriminó esto.
-Las flores no son para
ti, ¿me oyes? Se han recogido para Krishna y sólo deben ofrecérsele a él.
Andal pidió perdón a su
padre y prometió no volver a repetir esta acción.
Pero aquella noche,
Vishnuchittar vio en sueños al dios, quien le dijo:
-Te has equivocado en tu
juicio, Vishnuchittar. No has entendido a tu hija. Ella está destinada a llevar
siempre mis flores y cantar mis alabanzas. Permite, pues, que se adorne con
guirnaldas antes de que acuda cada mañana a mi templo.
A la mañana siguiente,
Vishnuchittar se encaminó al templo, en donde le aguardaba una sorpresa: el
sacerdote había tenido el mismo sueño que él. El padre se convenció de esta
manera del estrecho vínculo que existía entre su hija y el dios. Recogió unas
flores, tejió una guirnalda y se la entregó a la muchacha, para que la llevara.
Hizo de esto una práctica diaria.
Pasaron los años y Andal
se convirtió en una bella joven. También aumentó su devoción y todo el tiempo
que le permitían sus tareas domésticas lo pasaba en el templo, cantando himnos
y canciones en honor de Krishna.
Su fama llegó a oídos del
soberano, que fue en persona a visitarla y a invitarla a cantar en su corte.
Pero Andal rehusó, pues no quería alejarse de su amado Krishna.
Tuvo lugar una gran
sequía en el lugar y las gentes de la aldea, conociendo la gran devoción de la
joven, le rogaron que pidiera la ayuda de Krishna, tal era la confianza que
tenían en ella.
Andal hizo abluciones
sagradas en el río y suplicó a Krishna que trajera la lluvia al pueblo. De
inmediato, las nubes se cargaron y un agua bienhechora salvó las cosechas y
trajo de nuevo la prosperidad al lugar.
A partir de aquel
momento, la devoción de Andal creció aún más, pero ya no se sentía contenta
únicamente con su existencia de ritos y ceremonias. Anhelaba estar cerca de su
amado Krishna y ansiaba reunirse con él.
Vishnuchittar se percató
de que había llegado el momento de casar a su hija y organizó la ceremonia de
elección de esposo, en la que era costumbre que se presentasen muchos
pretendientes y que la mujer eligiera como marido al que más le agradara.
Sin embargo, Andal no
eligió a nadie. Obediente a su padre, paseó con la guirnalda de flores entre
los muchos hombres que allí se hallaban presentes, mas no pudo decidirse a
unir su existencia a ninguno de ellos.
Vishnuchittar había
quedado decepcionado, pero admiraba la devoción de su hija y no podía forzar
su voluntad.
A la mañana siguiente, la
muchacha se encontraba en un estado febril.
-Padre -declaró,
apresuradamente-, he tenido un sueño extraño. Estaba vestida de novia, con un
sari rojo y muchas joyas, y sentada ante el fuego sagrado. Yo preguntaba:
"¿Dónde está mi esposo? ¿Por qué no ha acudido?" Y alguien me
contestaba: "No te impacientes. Ya no puede tardar". Entonces, en la
puerta del aposento en el que me hallaba apareció un gran resplandor. Todos los
ojos de los presentes se dirigieron hacia allí ¡y vimos a Krishna, al mismo
Krishna! Se escuchó una música maravillosa y cayeron flores del cielo. Él se
acercó a mí, ató el extremo de su turbante a mi vestido y, juntos, dimos las
siete vueltas de rigor alrededor del fuego. ¡Mi dios me estaba desposando!
-¿Y entonces? -quiso
saber Vishnuchittar.
-Entonces, padre, me
desperté. Y puedo asegurar que se encon-traba ya bien despierta cuando escuché
su voz. Me decía: "Has de venir al templo de Shrirangam, donde vivirás a
mi lado." Y eso es lo que voy a hacer, padre. ¡Prepárame algún vestido y
entrega a tu hija en matrimonio al mejor de los esposos!
Esta confesión preocupó
mucho a Vishnuchittar. Él era también un gran devoto de Krishna, pero no veía
cómo podía llevar a su hija al gran templo de Shrirangam y dejarla allí. Por
otra parte, Andal estaba tan radiante de alegría después de lo acaecido que su
padre se preguntó si lo que estaba sucediendo, por extraño que pudiera
parecer, no sería en definitiva, lo mejor para su hija.
Pero el buen dios se
apareció en sueños a Vishnuchittar y le tranquilizó.
-No temas nada; lleva a
tu hija al templo de Shrirangam, pues yo la aceptaré a mi lado.
Vishnuchittar preparó
entonces la despedida de su hija. Empa-quetó su ajuar, hizo que se despidiera
de todos en el lugar, encargó un palanquín y varios porteadores. Organizó un
cortejo nupcial que, entre risas y sonido de trompetas, se encaminó hacia el
templo.
Cuando ya se divisaban
las torres del templo entre los árboles, Andal no pudo contener su impaciencia
por reunirse con su dios. Bajó del palanquín y comenzó a correr en dirección al
templo.
Todos los que integraban
la comitiva la siguieron y, cuando penetraron en el recinto sagrado, vieron el
inerte a la joven, sin vida, sobre la escalinata.
Sólo Vishnuchittar vio
que el cuerpo de su hija no estaba apoyada sobre la piedra, sino en el regazo
de su esposo: Krishna.
(Del Alvar Vaipavam)
Fuente: Enrique Gallud Jardiel
004. Anonimo (india),
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