Había un primer ministro.
Después de muchos años había con-seguido una buena fortuna, pero también había
trabajado muchas horas cada día. Un amanecer le asaltó el siguiente
pensamiento: «¿No dicen que recitando mantras a la diosa de la Fortuna puede uno obtener
mucho dinero? ¿Para qué estoy consumiendo mi vida con trabajo y
responsabilidades si puedo obtener dinero de otra mane-ra?» Dejó su puesto, se
fue a un bosque y se puso a recitar mantras a la diosa. Pasaron muchos años y
no sólo no le vino ningún dinero, sino que fue gastando por completo el que
tenía ahorrado. Entonces decidió hacerse definitivamente un renunciante y se
convirtió en monje. El hombre siguió recitando mantras, pero ya sólo para
purificar la mente y evolucionar, con renuncia de cualquier resultado material.
Pero cierto día se presentó ante él una mujer bellísima, portando en sus manos
una canasta con las más soberbias joyas.
-Toma este tesoro -dijo
la mujer al monje-. Te pertenece.
-¿Me pertenece? Pero
¿quién eres tú?
-La diosa de la Fortuna.
-Pero, mi diosa, yo ahora
ya no tengo ninguna apetencia de riquezas. Sólo un tesoro ansío: el de la Sabiduría.
-En ese caso, mi buen
devoto, te daré Sabiduría.
El hombre se convirtió en
un verdadero sabio y durante años, hasta que la diosa vino a buscarlo para
llevarlo a su reino, estuvo impartiendo enseñanzas místicas a los otros.
El Maestro dice: Todo lo que es adquirido puedes perderlo. Si
te ejercitas místicamente, adquirirás el valioso tesoro de la Sabiduría. Nunca
podrás perderlo, porque está dentro de ti.
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india),
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