Érase
una vez una gran Rajá llamado Salabam, casado con una princesa llamada Lona,
que a pesar de las muchas lágrimas derramadas, jamás había podido tener un
hijo. Al fin, una noche un ángel le dijo que sus deseos se verían cumplidos.
Cuando
nació el hijo, la reina suplicó a tres yoguis que fueron a pedir limosna a las
puertas del palacio, que le dijeran cuál sería la suerte de su hijo, a quien
aún no había visto.
-Tu
hijo, hermosa reina, será un gran hombre dijo el más joven de los tres.- Pero
es necesario que durante doce años ni tú ni el Rajá le miréis el rostro, pues
entonces moriríais sin remedio. También es importante que no vea la luz del
sol, y como ahora es de noche, haz que antes de que amanezca lo bajen a una
cueva oscura, de donde no deberá salir en doce años. Transcurrido este tiempo
ordena que lo bañen en el río y que le pongan los más hermosos vestidos y que
lo lleven a tu presencia. Su nombre será el de Rajá Rasalu, y se le conocerá en
todo el mundo.
Después
de oír esto, los soberanos ordenaron que su hijo fuera conducido a la más
oscura cueva del palacio, donde le dejaron con un potro recién nacido, una
espada, las espuelas y una coraza. También le dejaron al cuidado de numerosas
esclavas y profesores, para que le enseñaran cuanto un príncipe debe saber.
Hecho esto, los padres se dispusieron a aguardar pacientemente el curso de los
doce años.
El
joven creció jugando con su potro y charlando con un hermoso loro, mientras las
esclavas y los profesores le enseñaban cuanto debía conocer.
Pasaron
once años, y el príncipe empezó a cansarse de su encierro. Quería conocer lo
que había en el mundo, y así un día, aprovechando un descuido de sus
vigilantes, ensilló el potro, cogió el loro y a toda velocidad salió del
palacio.
Al
llegar al río se bañó en él. Montó de nuevo en su potro y se dispuso a correr
las más fantásticas aventuras.
A
los pocos momentos el príncipe se cruzó con un grupo de mujeres que volvían de
la fuente, llevando sobre la cabeza unos cántaros llenos de agua.
Divertido
por el espectáculo, el joven cogió unas piedras y se las tiró a las mujeres,
rompiendo los cántaros y mojando a las que los llevaban.
Las
mujeres fueron a quejarse al Rajá, diciéndole:
-Un
joven príncipe que cabalgaba en un potro muy hermoso y que iba cubierto con una
brillante armadura, se ha cruzado con nosotros y nos ha roto nuestros cántaros.
Al
oír la descripción que hacían del príncipe, el Rajá comprendió enseguida que se
trataba de su hijo, que había abandonado su encierro antes de cumplir el plazo
fijado por el yogui. Como temía que de mirarle el rostro, muriese, dijo a las
mujeres que tomaran con calma lo ocurrido, y para acabar de tranquilizarlas,
les regaló unos hermosos cántaros de cobre.
Ocurrió,
sin embargo, que el príncipe no se había alejado del lugar, y al ver a las
mujeres con sus cántaros de cobre, cogió el arco que pendía junto al arzón y
disparó una serie de flechas que agujerearon los recipientes, mojando de nuevo
a las mujeres.
Tampoco
esta vez envió el Rajá sus soldados para que prendiesen al príncipe Rasalu,
pero éste, convencido de que era el más valiente del mundo, se dirigió a
palacio y penetró hasta la sala del trono, donde su padre, al enterarse de que
llegaba, ocultó la cara entre las manos, y no quiso mirarle, por temor a perder
la vida.
-He
venido a saludarte, Rajá, no a hacerte daño -dijo el príncipe, riendo
despectivo al ver el miedo del monarca. ¿Qué te he hecho para que no quieras
mirarme?
Después
de esto, el príncipe abandonó la sala. Iba lleno de ira y amargura, y sólo al
pasar bajo las ventanas de las habitaciones de su madre, y oírla llorar se
calmó un poco. Padre y madre era algo que él jamás había conocido.
-¿Por
qué lloras, hermosa reina? -preguntó.
-Lloro
por el hijo que no puedo ver -contestó la soberana. Tú, que eres hermoso y
valiente, ve por el mundo, que se rendirá sumiso a tus pies.
Al
oír estas palabras, el Rajá Rasalu se sintió muy animado y decidió ir en busca
de fortuna y honores.
Montó
en su caballo Baunr y cogiendo su loro partió al galope, dejando tras él una
densa nube de polvo, que fue lo único que de él vio la reina Lona.
Rasalu
cabalgó horas y horas, hasta que llegó la noche, que le sorprendió en pleno
descampado. Con la noche llegó una terrible tempestad de lluvia, y el Rajá se
vio obligado a buscar refugio en una tumba, donde reposaba un cadáver
decapitado.
El
lugar no era muy bueno, mas a falta de otro mejor, Rasalu se conformó con él y
al ver al cadáver, lo saludó con estas palabras:
-Descansa
en paz, hermano.
-La
paz sea contigo -replicó el cadáver, levantándose y yendo a sentarse junto al
príncipe.
-¿Cuáles
son tus penas? -preguntó Rasalu.
-Sólo
tengo una, pero es muy grande. Aquí donde me ves soy el hermano del Rajá
Sarcap, quien un día me mandó decapitar.
-¿Es
posible que te hiciese decapitar tu propio hermano? ¿Qué clase de hombre es?
-Es
muy malo y sólo tiene una pasión que es la de hacer decapitar cada día a dos o
tres personas con quienes antes ha jugado a los dados. Un día, no encontró
nadie que se prestara a jugar y me invitó a mí. Fui tan loco que acepté,
confiando que al ser su hermano no se atrevería a hacer conmigo lo que había
hecho con otros, pero me equivoqué, y éste es el motivo de que me encuentres
aquí.
-A
mí también me gusta jugar a los dados -dijo Rasalu. En cuanto amanezca iré a
ver a tu hermano y le propondré jugar una partida.
-No
hagas tal, pues lo primero que te dirá es que apuestes tu cabeza.
-¿Y
qué? Si le gano me tendrá que dar la suya.
-Desde
luego, pero es que no le ganarás. Nadie puede ganarle, pues posee unos dados
mágicos y un ratón encantado, que le permiten ganar siempre.
-Es
igual, lo intentaré.
-Entonces,
antes de marcharte coge unos huesos míos y hazte con ellos uno dados. Sólo así
podrás vencer.
Rajá
Rasalu hizo lo que le indicaba el cadáver y ayudado por éste pronto tuvo dos
dados magníficos, que guardó en un bolsillo. Después se despidió de su
compañero, y como había ya amanecido partió hacia el reino de Sarcap.
Tres
días tardó en llegar, y al atravesar la puerta abierta en la muralla de la
población, lo primero que vio fue un enorme cartel que decía así:
"EL
RAJÁ SARCAP RETA A TODO AQUEL QUE ENTRE EN ESTA CIUDAD A JUGAR TRES PARTIDAS DE
DADOS, EN LAS CUALES APOSTARÁ: SU REINO; SUS RIQUEZAS Y POR ÚLTIMO SU
CABEZA."
Después
de leer esto, Rasalu preguntó por el palacio del Rajá y al llegar a él vio con
profunda indignación que dos criados se disponían a matar los gatitos que
acababa de tener una hermosa gata blanca.
-¡Soltad
esos animales! -gritó, echando mano a su espada.
Los
criados obedecieron aterrorizados y el Rajá devolvió los gatitos a su madre.
Esta, llorando de agradecimiento, le dijo:
-Jamás
podré pagarte lo que has hecho por mí, sin embargo, coge uno de mis hijos y
llévalo contigo. Quizá pueda serte útil.
Rasalu
dio las gracias y se metió el gatito en el bolsillo, junto con los dados
mágicos.
Al
decir a los criados del Rajá Sarcap que llegaba dispuesto a jugar con él a los
dados, todos le miraron entristecidos, pues sabían que sería vencido y su
cabeza iría a aumentar la colección que tenía formada el Rajá. Algunos
intentaron disuadirle, pero él no les hizo caso e insistió en jugar con Sarcap.
El
monarca era un hombre muy viejo, y al enterarse de que acababa de llegar un
Rajá que estaba dispuesto a luchar con él, su mirada se animó e inmediatamente
dispuso se celebrase una gran fiesta en honor de su visitante.
Cuando
Rasalu llegó ante el Rajá Sarcap, éste se hallaba rodeado de hermosas
danzarinas, cuyos encantos estaban dispuestos para que él no prestase atención
al juego y perdiera con más facilidad su dinero y su cabeza.
-¿Qué
apuestas tú contra mi reino, mis riquezas y mi cabeza? -preguntó Sarcap a
Rasalu.
-Contra
tu reino apostaré mí armadura; contra tus riquezas, mi caballo; y contra tu
cabeza, la mía. ¿Estás conforme?
-Conforme
-contestó Sarcap, al mismo tiempo que hacía una señal para que empezase la
música y el baile.
Era
tan bello el baile, y tan hermosas las bailarinas, que Rasalu se olvidó de
sacar sus dados y jugó la primera partida con los dados de Sarcap. Este además
se hacia acompañar del ratón encantado, con cuya ayuda, era completamente
invencible.
El
joven perdió su armadura, y al poco rato perdió también su caballo.
Cuando
se disponía a tirar por tercera vez los dados, notó que el gatito se movía en
el bolsillo y esto le recordó los dados que le diera el hermano de Sarcap,
Sacó, pues al gatito, que dejó en el suelo y cogiendo sus dados, dijo:
-Hasta
ahora hemos jugado con tus dados, Rajá Sarcap; en adelante jugaremos con los
míos.
Sarcap
no se atrevió a protestar, y como aún contaba con la ayuda del ratoncito
encantado, aceptó. No contaba, sin embargo, con el gatito, quien al ver al
ratón se lanzó sobre él y le hizo huir por una ventana.
Rasalu
tiró los dados y venció a su contrincante, recuperando su caballo, que se puso
muy contento al verse de nuevo con su amo. Recuperó después sus armas y por
fin, ganó la cabeza de Sarcap, y antes de que éste pudiera evitarlo, se puso en
pie y de un seguro sablazo, le decapitó, entrando enseguida en posesión de su
reino y riquezas. Y como el Rajá Sarcap tenía una hija muy hermosa, el joven la
tomó por esposa, aunque retrasando el matrimonio hasta doce años más tarde.
Y
como los estados del muerto eran enormes, ya que había ganado muchos jugando a
los dados, el Rajá Rasalu fue el más poderoso monarca de la India, y su reino,
el más brillante de todos, destacándose por su justicia y bondad.
004. Anonimo (india),
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