Hacía gala de su
escepticismo. Se tenía por la persona más incré-dula del mundo. Nada aceptaba
por mucho que lo hubieran dicho los grandes maestros. Se tenía, arrogantemente,
por el más avezado y sagaz investigador espiritual, por un sabueso al que nada
ni nadie lograba convencer. Pero un día, de súbito, se dio cuenta cuán vacío
espiritualmente estaba y cuánto conocimiento real le faltaba. «¿Cómo es posible
-se preguntó- si llevo toda mi vida investigando?» Desolado, se enteró de la
existencia de un yogui que habitaba en una cueva en los Himalayas y fue a visitarlo.
Le comunicó al yogui cuánto tiempo llevaba investigando y qué criterio había
seguido. El yogui repuso:
-La duda nos ayuda a
proseguir; pero la duda escéptica y sistemática; ¿a dónde nos puede conducir?
Quiero que mañana te presen-tes ante mí con un kilo de melocotones. Ahora,
permíteme que siga saboreando el dulce néctar de mi meditación.
Apenas el sol había
comenzado a despuntar, cuando el investigador escéptico ya estaba junto al
yogui, sin poder disimular su angustia e impaciencia.
-Extiende los melocotones
en el suelo -dijo el yogui.
Así lo hizo el
investigador.
-Ahora aparta los
melocotones podridos y quédate con ellos.
El investigador quitó los
melocotones en malas condicionos y observó cómo el yogui se ponía a comer los
buenos.
-¡Pobre tonto! -dijo con
severidad-. Tanto énfasis has puesto en descubrir los «melocotones» podridos
que has dejado de ver los sanos.
El Maestro dice: Cuando la duda se convierte en escéptica y
sistemática, se torna una traba en la búsqueda espiritual.
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india),
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