Érase
una vez un monarca que no tenía hijos. En vista de ello decidió un día tenderse
en el cruce de cuatro caminos, a fin de que cuantos pasaran tuvieran
forzosamente que verle. Al cabo de mucho rato, acertó a pasar un fakir, quien
al ver al rey le preguntó:
-¿Qué
haces aquí?
-Más
de cien hombres han pasado sin preguntarme nada; imítales tú y sigue adelante
-contestó el soberano.
-¿Quién
eres? -insistió el fakir.
-Soy
un rey. No me faltan bienes materiales ni dinero, pero he vivido largos años y
aún no ha alegrado mi vida la risa de un hijo de mi sangre. Por eso he venido a
tenderme en el cruce de estos caminos. Mis pecados deben de ser muchos y
necesitan sin duda una larga expiación. He escogido esta penitencia con la
esperanza de que Dios se apiadará al fin de mí y me concederá lo que tanto
ambiciono.
-¿Qué
me darías si tuvieses un hijo? -preguntó el fakir.
-Cuanto
me pidieras -contestó el rey.
-No
necesito oro ni joyas. Voy a rezar una oración y tendrás dos hijos. Uno de
ellos ha de ser para mí.
Dicho
esto, el viejo sacó dos pastelillos, que entregó al rey, diciéndole:
-Haz
comer estos pasteles a dos de tus esposas, y dentro de poco tendrás lo que
deseas.
El
rey cogió los pastelillos y los guardó junto al corazón. Luego se despidió del
fakir, a quien dio las gracias.
-Dentro
de un año volveré a verte -dijo el viejo.- Recuerda que, de los dos hijos que
nacerán, uno es mío.
-Desde
luego -asintió el rey.
Los
dos hombres se separaron.
El
rey se fue a palacio y siguió las instrucciones recibidas. Al poco tiempo
nacían dos hermosos niños. Temeroso de perderlos, el soberano los encerró en un
pozo, y cuando llegó el fakir le enseñó los hijos de una esclava.
-¿Son
éstos tus hijos? -preguntó el fakir.
-Sí.
-Bien,
me corresponde uno. Te ruego que hagas traer unas parrillas, pues deseo asarlo
para comérmelo aquí mismo.
El
rey se dispuso a dar la orden, pero el fakir le atajó, diciéndole:
-¡Tu
boca ha faltado a la verdad! Esos no son tus hijos. Si lo fueran, no
permitiríais que me comiese a uno de ellos. Haz que me traigan enseguida a tus
verdaderos hijos, o de lo contrario, morirán los dos.
El
rey derramó abundantes lágrimas, pues adoraba a sus pequeños, pero como había
prometido entregar uno al fakir, ordenó que los trajesen.
El
viejo los examinó atentamente y al fin escogió al más hermoso.
Quince
años pasó el príncipe al lado del fakir, quien le enseñó cuanto sabía. Indicóle
la manera de hacer oro y piedras preciosas; de convertir el agua en vino, las
piedras en pan, los perros en hombres, las hormigas en camellos y los hombres
en árboles. Cuando el viejo murió, el príncipe no ignoraba nada de cuanto saben
los hombres sabios de la India, y con sus conocimientos, partió dispuesto a ver
el mundo y sus maravillas.
Al
poco tiempo llegó a la capital de un país sitiado por un ejército invasor. El
príncipe entró en la ciudad, cuyos habitantes estaban a punto de morir de
hambre. Los mismos perros, a los cuales nadie tocaba, pues su religión les
prohibía matar animales, estaban en los huesos. Al ver al joven, todos se
echaron a llorar, pues su llegada, aparte de no ayudarles materialmente, iba a
ser perjudicial, pues habría que alimentarle.
-¿Quién
gobierna este pueblo? -preguntó el príncipe a un viejo guerrero.
-La
princesa Jali. Su padre murió al principio de la guerra, y ella ha sostenido
toda la campaña. Pero ya estamos a punto de ser vencidos, y nuestra soberana
tendrá que casarse con el rey de nuestros enemigos.
-Condúceme
a presencia de la princesa. Quiero ayudarla.
El
guerrero obedeció la orden del para él hombre santo, ya que ignoraba que era un
príncipe, y a los pocos minutos llegaban hasta la princesa Jali.
Ni
en sueños había visto el príncipe una mujer más hermosa. Tenía quince años, y
su belleza no era comparable a ninguna otra.
-¿Qué
deseas, hombre santo? -preguntó al que ella suponía un fakir.
-Quiero
ayudarte, hermosa princesa.
-¿Y
cómo vas a ayudarme, si ya nada puede hacerse? Has entrado en esta ciudad,
porque eres fakir y los sitiadores no se han atrevido a tocarte, pero no me
queda ya ningún amigo de quien pueda esperar socorros, y hoy he repartido los
últimos panes que nos quedaban.
-Haz
que me traigan cien mil piedras -dijo el príncipe.
Extrañada,
la princesa obedeció. Cuando el joven tuvo ante él las piedras pedidas, murmuró
un encantamiento, y rociándolas con agua sagrada, las convirtió en pan.
-Ahora
manda traer mil jarros llenos de agua pidió.
Al
presentarle los jarros, el príncipe murmuró otras palabras, y el agua quedó
convertida en vino.
Con
estos alimentos, los guerreros y el pueblo pudieron saciar su hambre, y
reunidos todos ante el palacio, aclamaron al fakir que acababa de salvarles de
una muerte cierta.
Ordena
que traigan cien mil hormigas y quinientos mil perros -solicitó a continuación
el joven.
La
princesa transmitió la orden, y al momento todo el pueblo partió en busca de
los perros y de las hormigas, que, tras unas palabras mágicas, fueron
convertidos en hombres y en caballos.
Con
este enorme ejército, el príncipe pudo derrotar fácilmente a las huestes del
enemigo de la soberana, a quien él mismo cortó la cabeza.
-¿Qué
haré ahora con esos quinientos mil soldados? -preguntó Jali, cuando la batalla
hubo terminado.- Mi reino es demasiado pequeño para ellos, y seguramente
morirán de hambre.
-
No te preocupes, hermosa princesa -replicó el príncipe.- He visto que las
huestes invasoras asolaron por completo el país, dejándolo sin un árbol frutal;
para remediar ese desastre convertiré a los soldados en árboles y los caballos
podrás regalárselos a tus súbditos para que labren sus campos.
Así
lo hizo, y desde entonces el reino de la princesa Jali es el que tiene los
árboles más hermosos de toda la India.
En
cuanto al príncipe, se casó con la princesa, después de descubrir su verdadera
personalidad, y fue muy feliz gobernando los dominios de su esposa.
Y
refieren las crónicas que jamás faltó el pan en el país. También dicen que el
oro y las piedras preciosas que el príncipe regaló a su esposa, abultaban
tanto, que fue preciso construir un palacio de mármol para guardar en él la
fortuna inmensa que representaban.
004. Anonimo (india),
No hay comentarios:
Publicar un comentario