Un pescador y un
agricultor se encontraron y comenzaron a discutir. Cada uno de ellos aseguraba enfáticamente
que su trabajo era el más dificil y que el otro apenas exigía ningún esfuerzo.
-Pescar es bien sencillo
-decía el agricultor-, basta con coger peces.
-Tú sí que no tienes
ningún mérito -replicaba el pescador-. Pones semillas y basta con esperar a que
broten tomates o patatas. Nada más descansado.
Así disputaban, cada vez
más acalorados, hasta casi llegar a las manos y emprenderla a golpes. En esto
que apareció un sabio ermitaño y los tranquilizo. Después les dijo que le
explicasen por qué disputaban tan acaloradamente. Cuando se lo hubieron
explicado, el ermitaño les sugirió lo siguiente:
-Puesto que ambos pensáis
que el trabajo del otro es mucho mas sencillo y menos esforzado, vamos a hacer
una cosa, amigos míos. Cada uno vais a cambiar de trabajo durante un año y
pasado ese tiempo nos reuniremos de nuevo aquí los tres.
El pescador y el
campesino aceptaron de buen grado la sugeren-cia: tan convencidos estaban de
que el trabajo ajeno era más sencillo y exigía menos esfuerzo.
La vida sigue su curso
inexorable. Un día sigue a otro como la rueda del carro a la pezuña del buey.
Pasaron las semanas; transcurrieron los meses. Cuando el pescador y el
campesino llegaron al lugar convenido, ya les estaba esperando el sabio
ermitaño. Los tres hombres se sentaron a departir. El ermitaño les preguntó:
-¿Qué tal os ha ido?
El primero en hablar fue
el campesino, que había ejercido durante un largo año como pescador:
-¿Qué os puedo contar sin
sentir que el alma se me desgarra? -declaró, con las lágrimas aflorando a sus
ojos-. Nunca pensé que el trabajo de un pescador fuera tan duro. Salí a la mar
y en una ocasión las aguas arrebataron a mi hijo menor que me acompañaba. No
pudimos hallarlo. Fue una pérdida irreparable y que ha echo pedazos el alma de
mi esposa. Muchos días de denodado esfuerzo y apenas pescábamos para poder
comer; en una ocasión el viento del oeste golpeó la barcaza contra las rocas y
tuvimos que dejar de pescar durante unos días, sin tener alimento que llevarnos
a la boca. Varias veces estuvimos todos a punto de perecer y mis huesos están
tumefactos por la humedad del amargo amanecer. He aprendido que nada es tan
dificil como el oficio de pescador.
-Ahora te toca expresarte
a ti -dijo el ermitaño, dirigiéndose al pescador que durante un año había
acometido las labores de un campesino.
-¿Si al menos pudiera
contaros algo agradable! Ha sido como una pesadilla que pareciera nunca acabar.
Mirad mis manos. Son una herida sangrante; igual están mis pies, os lo aseguro.
He estado de sol a sol con el espinazo curvado trabajando los campos y tratando
de sacarles un fruto. Mi esposa perdió una mano cuando se servía de la hoz.
Luché contra las plagas denonadamente. Hice todo cuanto me fue posible para
que la cosecha fuera buena. Cuando debió llover, ni una gota cayó del cielo.
Cuando no debería haber llovido, llegaron las lluvias torrenciales y malograron
la cosecha. Si era pobre, ahora más lo soy: si infeliz era, ahora se ha
duplicado mi infelicidad. No hay tarea más ardua que la de un campesino, puedo
asegurarlo hasta en el momento de mi muerte.
El Maestro dice: Nunca menosprecies el trabajo ajeno. Todo
trabajo es igual de digno. Cada uno debe cumplir con su deber.
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india),
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