En la ciudad de Ayodhya
vivía el rey Viraketu, bajo cuyo gobierno sus súbditos se encontraban felices.
Ratnadatt, el mercader más importante de la ciudad tuvo una niña, a la que puso
por nombre Ratnavatí. Cuando la muchacha creció se convirtió en una bella joven,
a cuya mano aspiraban muchos pretendientes.
Pero la muchacha
rechazaba a todos. Se negaba rotundamente a casarse, para desesperación de su
padre. Incluso llegó a declinar la propuesta de matrimonio de un príncipe.
Argumentaba que sentía odio hacia todos los hombres y sus padres no pudieron
hacer que cambiara de opinión. La extraña actitud de Ratnavatí fue durante un
tiempo el tema de conversación de todo el reino.
Pero pronto las gentes
comenzaron a interesarse por otra cosa. Estaban teniendo lugar robos todas las
noches y los habitantes de la ciudad, preocupados, fueron a pedir ayuda al
monarca.
El rey Viraketu preguntó
a su guardia la razón de que no captu-raran a los ladrones. La respuesta era que
los que cometían los robos calzaban unas zapatillas especiales que dejaban las
huellas al revés, lo que confundía a los perseguidores. El monarca les mandó
aumen-tar su vigilancia. Pero los robos siguieron acaeciendo.
Finalmente Viraketu tomó
la decisión de solucionar el asunto por sí mismo. Se disfrazó, oscureció su
rostro y se colocó una barba postiza. Hecho esto, salió a la calle esa noche.
A las dos horas de
vagabundear vio a un ladrón que intentaba entrar por una ventana. Se arrojó
sobre el hombre y, tras reducirle, le indicó que también él era un ladrón y
que podrían trabajar juntos. El otro accedió y condujo al rey a los lugares en
donde la banda de ladrones se hallaba robando. Juntos trabajaron durante horas
y, tras recoger varios sacos llenos de joyas como botín, salieron de la ciudad
para dirigirse a su escondrijo.
Durante el trayecto, el
rey fue marcando con su cuchillo los árboles que había en el camino por el que
pasaban, hasta que la partida de bandidos llegó a una cueva, cuya entrada se
hallaba oculta por matorrales. Allí los ladrones juntaron lo que habían robado
y dieron la bienvenida al que creían su nuevo compañero.
Luego todos comieron y
bebieron, hasta emborracharse. El rey esperó a que se hubieran dormido y salió
del lugar, pero, fue reconocido por una anciana, que se encargaba de cocinar
para la banda, por lo que los ladrones se enteraron de quién era en realidad
su nuevo miembro.
Nada más llegar a
palacio, el monarca reunió a sus tropas y marchó al frente de ellas a capturar
a los ladrones. Éstos no podían huir sin abandonar sus tesoros, por lo que
hicieron frente a las tropas reales y tuvo lugar un gran combate entre ambas
partes. Los ladrones huyeron, pero el rey consiguió capturar al jefe de los
bandi dos. Le hizo conducir a prisión y decidió castigarle en público, para que
sirviera de escarmiento.
A la mañana siguiente,
los pregoneros anunciaron en la ciudad que se iba a ajusticiar al jefe de la
banda de malhechores. Se le hizo subir maniatado a un camello y se le paseó por
la ciudad, para que todos pudieran verle.
En su balcón, Ratnavatí
vio también pasar al malhechor y, sin saber cómo había sucedido, se sintió
repentinamente atraída por aquel hombre notorio. El hombre aquel ni siquiera
presentaba un buen aspecto. Estaba lleno de heridas, con los vestidos rotos y
sucio de polvo. Pero esto no importó a la muchacha, que quedó intensa-mente
enamorada. De inmediato llamó a gritos a su padre.
El mercader se alarmó al
escuchar las voces y acudió a la llamada de su hija.
-Padre -declaró ella, sin
más preámbulos-: ése es el hombre con quien me quiero casar.
El pobre Ratnadatt se
hallaba totalmente confundido.
-¿Que ahora te quieres
casar? ¿Y con quién?
-Te lo estoy diciendo,
padre. Con ese hombre -insistió, llevando a Ratnadatt hasta el ventanal, para
que pudiera contemplar a los guardias que pasaban y a su prisionero.
-¡Estás loca! -exclamó el
buen hombre, al darse cuenta de lo que su hija le decía-. Ese hombre es un
ladrón, un bandido. Y, además, va a ser ejecutado para que pague por sus
crímenes.
-No me importa lo que
haya hecho.
-Pero, hija -insistió
Ratnadatt-, has rechazado a nobles y a prínci-pes y ahora ¿quieres desposarte
con un ladrón?
-Le he elegido como
esposo y le tendré a él o no seré de nadie. Si él es ejecutado, yo también me
mataré -amenazó la joven.
Ratnadatt, en un primer
momento, no supo qué hacer. Corrió en dirección al palacio y se hizo recibir
por el soberano. Se arrojó a sus plantas y le explicó lo sucedido.
-Perdonad a ese hombre,
majestad -suplicó, finalmente-. Va en ello la vida de mi hija. Yo me comprometo
a pagar por todos sus robos y latrocinios y la fianza que queráis fijar.
-No puede ser, Ratnadatt
-respondió el rey-. No es ésta una cuestión de dinero, sino de justicia. Ese
hombre es un malhechor y habrá de pagar por sus crímenes. Pídeme otra cosa,
pero esto no puedo concedértelo.
En el instante en que el
mercader comunicó a su hija la negativa del rey, ella cogió una guirnalda de
flores y se encaminó hacia la plaza pública en la que iba a efectuarse la
ejecución.
Las gentes observaban
cómo Ratnavatí se acercaba al reo con la guirnalda, para simbolizar de este
modo su unión en matrimonio con el hombre.
El bandido, atado y
encadenado, vio con estupor cómo una bella joven se dirigía hacia él. Los
guardias le contaron quién era y cómo deseaba casarse con él, a lo que el
ladrón replicó con palabras de desprecio. ¿Qué sentido tenía ahora aquello,
cuando se hallaba a las puertas de la muerte?
En aquel momento, el rey
Viraketu descendió de su elefante e hizo una seña al verdugo. Éste alzó su
espada y acabó con la vida del criminal.
Al ver muerto al ladrón,
Ratnavatí creyó desfallecer. Pero se rehizo y, sin pensarlo ni un instante,
tomó un cuchillo y se dispuso a acabar con su vida allí mismo y seguir al
hombre al que amaba.
Pero su mano se vio
detenida por una luz intensa que apareció de repente y que deslumbró a todos
los que presenciaban la escena. De la luz surgió el dios Shiva, ante el
estupor de todos los presentes.
-Yo soy el dios de todas
las criaturas -declaró Shiva-. Es justo que este hombre pague por sus culpas.
Pero no es justo que muera sin que nadie le llore. Tú eres la única que le
amaba, hasta el punto de querer seguirle hasta el mundo de los muertos. Me ha
complacido la intensidad de tu amor y tu devoción. Pídeme el don que desees;
te lo concederé.
-Señor -pidió la joven-,
haz que aquel a quien he elegido como marido en mi corazón sea un hombre
honesto y enseñe esa honestidad a nuestros hijos.
-Sea -concedió el dios-.
Tu esposo elegido se alzará de su sueño de la muerte y, si el rey Viraketu le
perdona, será a tu lado el hombre más honesto del reino.
Y, dicho esto, Shiva
desapareció.
El cuerpo inerte del
bandido comenzó a respirar y, al poco, se puso en pie. Se dirigió a Ratnavatí
y, tomando la guirnalda de flores, que estaba caída en el sueño, la colocó en
el cuello de la joven. Sin decir palabra, se postró ante el monarca y le tocó
los pies, en señal de respeto.
-Levanta -ordenó el
monarca-. Tus delitos te son perdonados, pues has pasado por la purificación
de la muerte y el mismo Shiva te ha bendecido con tu presencia. No dudo de que
seas en este instante el más honesto de mis súbditos y, en adelante, serás
general en jefe de mi ejército. Ahora, ve con tu esposa, que te está esperando.
(Del Kathâsaritasâgara de Somadeva)
Fuente: Enrique Gallud Jardiel
004. Anonimo (india),
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