Un yogui vivía en una
casita a las afueras de un pueblo. Al anochecer, salía al campo y se sentaba a
leer las escrituras junto a un candil, si bien antes había dejado una vela
encendida depositada en el suelo y a una corta distancia de sí mismo. Las
gentes del pueblo comenzaron a sentirse intrigadas por una escena que se
repetía noche tras noche. ¿Qué misterioso significado tenía encender aquella
vela a poca distancia? ¿Qué ritos estaba llevando a cabo el yogtú? ¿Era todo
ello necesario para la recitación de algunos mantras [1]
muy secretos? ¿Se trataba de una ceremonia mágica? Unos comentaban con otros, y
todo eran suposiciones, pero nadie acertaba a saber a ciencia cierta por qué
todas las noches el yogui se servía del candil para leer y encendía una vela a
corta distancia de donde se hallaba. Gentes de los pueblos cercanos también
comenzaron a acudir para ver al yogui misterioso. Se hacían toda clase de
conjetu-ras y corrían toda suerte de rumores. Para unos era un gran mago; para
otros, un liberado-viviente; para otros estaba llevando a cabo prácticas
especiales para conducir la mente al trance, y para otros se trataba de ritos
para conectar con las fuerzas sobrenaturales. Surgieron opiniones para todos
los gustos. Tanta curiosidad desper-taba el yogui, que se formó una comitiva
especial para ir a hablar con él y preguntarle. Así, una noche, el alcalde del
pueblo y varias personas interrumpieron al yogui en su lectura de los textos
sacros y le dijeron:
-Señor, dinos, por amor a
Shiva, a qué viene encender una vela a corta distancia de ti en tanto lees a la
luz de un candil. ¿Se trata de un rito mágico? ¿Es una práctica especial para
entrenar la mente? ¿Es un sortilegio?
El yogui sonrió entre
comprensivo e irónico. Dijo:
-Coloco esa vela para que
las polillas y mosquitos vayan hacia su luz y no me perturben a mí. Eso es
todo, buena gente.
El Maestro dice: La mente humana es tan intrincada que se
niega a ver tal como es lo más evidente.
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india),
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