El samsara es el universo
de los fenómenos; un juego de luces y sombras, encuentros y desencuentros,
dolor y placer. Es la existencia terrena, donde alegría y pesar caminan codo
con codo. A propósito de ello, un discípulo fue hasta el maestro y le dijo:
-Maestro, los años
discurren incesantemente, del mismo modo que el agua no deja de fluir por el
gran Brahmaputra[1].
Cuanto más vivo, más consciente soy de que en el mundo exterior no puedo hallar
felicidad plena, contento permanente, dicha inquebrantable. ¿Por qué es así?
-Quiero que prepares un
tazón de leche dulce y se la des a probar a un enfermo grave -dijo el maestro-.
Luego vuelve a reunirte conmigo.
Así lo hizo el discípulo.
Era un verdadero buscador de lo Inefable, pero no hallaba la dicha en esta
vida. Preparó un tazón de leche dulce y se enteró en dónde había un enfermo
grave. Tomando al enfermo por los hombros, le ayudó a incorporarse y le dio
leche a beber. El enfermo hizo una mueca de asco y gimió:
-¡Qué amargo esta esto!
El discípulo acudió ante
su maestro y le relató lo sucedido. El maestro explicó:
-Querido mío, cuando se
está muy enfermo, hasta lo dulce sabe amargo. Cuando la mente no ha hallado su
total libertad, se enreda en lo placentero y lo displacentero, y al final hay
amargura, porque a todo contento termina por seguir el descontento. Persevera
en tu búsqueda. En la antesala de tu mente, donde el samsara acaba, hallarás la
paz.
El Maestro dice: No hay mayor felicidad que la paz interior
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india),
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