Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

lunes, 18 de junio de 2012

La diosa que encarnó por amor


La fuerza femenina, la shakti, que representa la ma­teria del cosmos, ha de esta unida al principio mas­culino, que es pensamiento sin forma, para que la crea­ción pueda perdurar y evolucionar. Es una ley eterna e inmutable.
Esta fuerza se encarnó en Sati y estaba determinada a unirse al todo-poderoso dios Shiva y ser su consorte en este ciclo de la creación.
Sati nació como hija del rey Daksh, un poderoso mo­narca que había llevado a cabo un sacrificio de mil años para conseguir precisamente esto: que la Divina Madre encarnara en su linaje.
Desde su niñez, la muchacha mostró una ferviente de­voción por el dios Shiva. Nadie sino él ocupaba su men­te. Todo su tiempo lo pasa-ba dedicada a su devoción.
En el momento en que Sati tuvo la edad adecuada y llegó la hora de casarla, Daksh pensó que nadie mejor que el dios podría ser el esposo de la diosa que había en­carnado en la forma de su hija.
Para lograrlo, Sati inició una serie de duras austeri­dades durante mucho tiempo. Hizo ayunos y oraciones, meditó en Shiva y le adoró de todas las formas concebi­bles. Todos los dioses de los cielos supieron de este fer­vor, salvo el propio Shiva, quien se hallaba en medita­ción en los montes Himalaya.
Los dioses fueron en su búsqueda y le hablaron de Sati y de su amor. Shiva quedó complacido con lo que oyó. Además, las deidades insistieron en la necesidad de que Shiva contrajera matrimonio, uniéndose a la fuerza fe­menina representada por Sati, para el mejor funciona­miento del universo y prosperidad de las criaturas. Al escuchar esto, Shiva, amante de todos los seres, accedió de inmediato y se manifestó delante de la muchacha:
-¡Oh, hija de Daksh! -le dijo-. Me han complacido tus sacrificios y oblaciones. En premio a ellos, te conce­deré el don que me pidas. Elige, pues. ¿Cuál es tu deseo?
Ella, deslumbrada por la presencia del dios, se mos­tró totalmente incapaz de hablar.
Pero Shiva conocía el secreto de su corazón.
-Serás mi esposa -afirmó.
Y, desde aquel momento, quedaron unidos.
Shiva regresó a los Himalaya y los dioses fueron los encargados de pedir a Daksh la mano de su hija. Éste accedió a ello. Shiva acudió al palacio de su esposa y allí se llevaron a cabo todos los ritos matrimoniales pres­critos por la tradición.
Tras ello, la pareja divina marchó a su morada en los Himalaya, donde vivió feliz durante veinticinco años.
Pero, durante ese tiempo, tuvieron lugar asimismo tris­tes sucesos. En cierta ocasión, Daksh llevó a cabo un gran sacrificio, invitando a dioses, santones y brahmanes de to­dos los lugares. Muchos acudieron a su llamada y Shiva entre ellos. Todos rindieron pleitesía a Daksh, el más po­deroso de los reyes, y se inclinaron ante él. Pero Shiva no lo hizo, pues los dioses no deben tal respeto a los mortales.
Daksh se sintió herido en su vanidad. Para vengarse, fingió no conocer a Shiva y le increpó de este modo:
-¿Quién es este ser que va acompañado siempre por espectros y seres fantasmales? ¿Quién es éste que no sabe comportarse con respeto en la corte del rey más poderoso del universo? ¡Mirad su atuendo! -indicó a los que le ro­deaban-. Va vestido con una andrajosa piel de tigre y su cuerpo está sucio, cubierto todo de cenizas. No creo que pueda participar en un sacrificio que exige pureza a los que lo llevan a cabo.
Shiva escuchó todo esto en silencio y, por respeto a su suegro, no dijo nada. Se limitó a abandonar el lugar.
Cuando se hubo marchado, los seguidores de Shiva se enfrentaron con Daksh.
-¿Qué has hecho, rey necio? Has ofendido al dios que lo es todo en el universo. Has alejado de tu lado al otor­gador de todos los bienes. Sólo su infinita compasión ha impedido que te destruyera con una sola mirada de su ter­cer ojo. Además, ¿qué valor puede tener en este momento tu sacrificio? Sin Shiva, nada en el universo tiene nin­gún sentido.
Daksh no hizo caso alguno de lo que se le decía y obli­gó a las huestes de Shiva a abandonar el lugar.
Cuando, un tiempo más tarde, Daksh quiso llevar a cabo un sacrificio todavía más importante y multitudi­nario que el anterior, decidió no invitar a Shiva ni a nin­guno de sus seguidores.
La noticia de la celebración del sacrificio llegó a oí­dos de Sati, quien se enojó mucho con su padre, por no haber invitado a su marido. Preguntó a Shiva la causa de no haber sido convocados y el dios le refirió lo sucedido.
Ella quiso remediar la situación e insistió en marchar junto a su padre y asistir al sacrificio, para conseguir una reconciliación entre ambos.
Shiva amaba intensamente a Sati y no quiso negarle su permiso. Encargó a sus acólitos que cuidasen de su mujer y la mandó al palacio de Daksh, con una gran co­mitiva.
Sati llegó a la casa de su padre, en la que estaba te­niendo lugar el sacrificio al fuego. En el momento en que Daksh la vio, no mostró ninguna señal de cariño ni de respeto. Todos los dioses, excepto Shiva, se encon­traban presentes allí. Sita no pudo contener su cólera y preguntó a los presentes:
-¿Cómo es que no se ha invitado al que es el dios de los dioses, la causa y el origen de este universo? Todos los ri­tos quedan incompletos sin su presencia. ¿Cómo expli­cáis su ausencia? ¿Cuál ha sido el motivo de esta ofensa?
Daksh, obcecado por su rencor, contestó a su hija con dureza:
-Mujer -le increpó-, puedes permanecer aquí, ya que has venido. Pero no pronuncies ni una sola palabra más. No estoy dispuesto a escuchar nada en defensa de mi enemigo.
-Pero, padre...
-¡Calla! -le interrumpió-. Todos saben que Shiva es un ser poco auspicioso, de linaje incierto. Es un dios, sí: el dios de los fantasmas y de los seres inferiores. Viste an­drajos, está sucio y no puede estar al lado de los reyes y de los otros dioses.
Y Daksh continuó ofendiendo a Shiva y dirigiéndole palabras insultantes.
Sati no pudo soportarlo durante mucho tiempo.
-¡Oh, soberano! Ofendiendo a mi esposo has llama­do a tu propia destrucción. Pero ése es tu destino. El mío es aún más triste, pues me encuentro en la casa de mi padre, teniendo que escuchar palabras ofensivas para aquel a quien más amo. No estoy dispuesta a hacerlo. Y, para demos-trarte cómo me has herido, abandonaré aho­ra mismo mi cuerpo físico.
Y, ante el estupor de todos, Sati empleó sus pode­res e hizo brotar de su cuerpo unas llamas de fuego que la consumieron en breves instantes. De esta ma­nera se inmoló para no escuchar más insultos a su es­poso.
Shiva se enteró de la ofensa de Daksh y de la inmo­lación de su esposa y su furia hizo que todo el universo temblara. El dios se arrancó una mata de cabello y, con ella, golpeó una montaña, partiéndola en dos.
De su cabello surgió en aquel momento Virabhadra, uno de los aspectos destructores del dios. Se encaminó al lugar donde se halla-ba Daksh y le decapitó. Acto se­guido, destruyó todos los elementos del sacrificio y pro­vocó el caos entre los allí presentes.
Fue necesario que todos los dioses rogaran a Shiva y apelaran a su bondad para que éste se compadeciera de Daksh y le devolviera la vida.
Entonces, la desesperación de apoderó de Shiva. Cogió los restos calcinados de su esposa y los estrechó contra su cuerpo, sin dejar que nadie se los arrebatase. Con ellos vagó durante muchos años por todos los mundos, sin que se aminorase su dolor.
El cuerpo de Sati se fue descomponiendo y hacién­dose pedazos. En cada uno de los lugares donde caía un fragmento del mismo, brotaba de la tierra, como por en­salmo, un linga, el símbolo de Shiva, convirtiéndose el lu­gar en un emplazamiento sagrado, un lugar de peregri­nación.
Cuando nada quedó de su esposa, Shiva volvió a su morada en los Himalaya, donde se recluyó durante mu­chos años.
Contemplando la desolación de Shiva, el dios Vishnu decidió, por el bien del universo, que éste debería reunirse de nuevo con su shakti o energía femenina.
Para tal propósito, marchó con otros dioses al en­cuentro de la Divina Madre y se dirigió a ella:
-¡Salve, oh, tú, que eres la fuerza femenina del uni­verso! Hemos acudido a ti, Madre, para rogar que te unas de nuevo a Shiva. Él está apartado de los mundos y, por amor a ti, a quien perdió en tu encarnación anterior, se desentiende de la marcha de la creación. Por el bienes­tar de todas las criaturas, te lo ruego: ¡Encarna de nue­vo y únete a aquel que es el principio masculino, la men­te eterna y el señor de todos los seres! Te lo pedimos para que todo en los mundos vuelva a la normalidad.
La Divina Madre dejó oír estas palabras.
-Así lo haré, ¡oh, Vishnu!, pues tus palabras me han convencido. Y no es justo que mi Señor ansíe mi com­pañía y yo no esté a su lado.
Y la diosa encarnó de inmediato, como hija de Himávat, la perso-nificación de los montes Himalaya.
Su padre le dio el nombre de Párvati, que significa "la montañesa" y no hubo nunca una mujer tan bella. Ya desde su infancia supo la joven cuál era su misión en el mundo y que, finalmente, debería conseguir desposarse con el dios.
La dificultad estribaba en que Shiva se hallaba siem­pre meditando sobre el Absoluto y no prestaba atención a lo que sucedía en derredor. Por ello, Párvati tomó la decisión de dedicar desde ese momento su vida al dios, para que se percatara de su existencia. Marchó al Kailash, la montaña sagrada en la que Shiva se encontraba reti­rado, y allí se dedicó a servirle y a procurar que nada ni nadie le molestase.
Pero pese a su devoción sin límites, Shiva permane­cía absorto en su meditación y no prestaba atención a la joven.
Entonces Párvati pensó en emplear otro medio. Se dirigió a Kamadev, el dios del amor, y le suplicó que en­viase sus flechas a Shiva, para que se enamorara de ella.
Kamadev así lo hizo. Se acercó por detrás a Shiva y, tensando su arco, lanzó una flor -pues tales eran sus fle­chas- en dirección al dios.
La saeta llegó a su destino, atravesando el corazón de Shiva, que se volvió y vio en primer lugar a la bella Párvati. Era una hermosa mujer, de largos cabellos negros, ojos grandes, de estrecha cintura y amplios senos. Todo en ella despertaba el deseo e incitaba a la voluptuosidad. La primera reacción de Shiva fue de estupor ante tanta belleza, pero de inmediato se dio cuenta de que aquella mani-obra le había apartado de sus meditaciones y sin­tió gran ira.
Miró en derredor y vio al causante de su perturba­ción. Kamadev estaba allí, aguardando el resultado de su ataque de amor. Shiva, lleno de cólera, abrió su ter­cer ojo e hizo brotar de él una llama que fulminó al dios del amor. Kamadev quedó instantáneamente re­ducido a cenizas. Hecho esto, Shiva volvió a concen­trarse en su meditación, sin dirigir ni siquiera una pa­labra a Párvati.
Tras este suceso, los dioses volvieron a apelar a la compasión de Shiva. Se presentaron ante él y le rogaron que le devolviera la vida, pues, en definitiva, Kamadev ha­bía obrado sin ningún egoísmo, sino únicamente para ayudar a Párvati. Shiva escuchó los argumentos de las dei­dades e indicó que Kamadev renacería como hijo de Vishnu, en su siguiente encarnación.
Pero, tras realizar este acto de misericordia, volvió a su soledad y a su meditación.
Párvati había quedado muy asustada tras presenciar la aniquila-ción de Kamadev, por lo que regresó de nue­vo a su hogar, junto a su padre. Estaba defraudada por el fracaso de su intento y no sabía qué más podría hacer para congraciarse al dios, al que consideraba ya como su esposo.
Por ello, pidió consejo al sabio Narad, el mensajero de los dioses.
-La razón de tu fracaso -le explicó Narad- ha sido tu orgullo de mujer. Creíste que tu belleza y tu buena dis­posición serían suficiente para conseguir el amor de Shiva. Ciertamente lo serían para un mortal e incluso para mu­chos dioses. Pero Shiva es algo más. Es el más exigente de los dioses. Es el señor del sacrificio y la austeridad. Está muy por encima de las debilidades de las otras dei­dades y el placer y el amor no tienen para él tanta im­portancia como para hacerle abandonar su meditación.
-¿Qué puedo hacer, pues, ¡oh, Narad!? Aconséjame -pidió la joven.
-El camino para su corazón pasa por la austeridad y la penitencia. No existe otro medio. Debes propiciárte­lo mediante severas penitencias, mortificando tu cuerpo y tu espíritu y santificando así tu conducta -fue el con­sejo del sabio.
Párvati volvió a un apartado bosque y comenzó la in­mensa tarea de vencer la voluntad del más poderoso de los seres del universo.
Desechó sus ropas y vistió únicamente con tejidos he­chos con plantas y cortezas de árbol. Construyó un al­tar en honor de Shiva y, junto a un gran árbol, se sentó para meditar sobre él. Repitió incansable su nombre cientos de miles de veces, en medio de las inclemencias del tiempo. Inmersa en el nombre de su dios, soportó calores lluvias y heladas, durante muchos años. Así es­tuvo, sin comer ni beber durante largos períodos de tiem­po. De alimentarse, lo hacía con hojas de plantas. Su pe­nitencia fue la más larga que nunca se conociera. Durante este tiempo Himávat hizo varios intentos de disuadir a su hija de un empeño que ahora parecía irrealizable. Pero ella no cejó.
Párvati adoró de esta manera a Shiva durante tres mil años. La intensidad de su penitencia comenzó a tener efecto sobre el lugar en el que se encontraba. Inicialmente fue sólo una gran luz que brotaba de su pecho, mientras ella entonaba el nombre sagrado de Shiva. Luego la luz se convirtió en un gran resplandor que iluminó todo el bosque, de manera que podía contemplarse de lejos en la oscuridad, como si hubiera en él un gran fuego.
Con el paso del tiempo, la luz de su fervor empezó a con­vertirse en calor, un calor inmenso, que empezó a abrasar a todos los mundos. Los dioses notaron en un principio sus efectos sin mayor asombro, pero, a medida que éstos fue­ron aumentando, comenzaron a preocuparse.
Cuando el ardor llegó a poner en peligro al universo, los dioses se dirigieron a Shiva y le expusieron el origen de su problema.
-¡Oh, señor del universo! -le dijeron-. Por tu causa Párvati lleva a cabo austeridades cuyos efectos ponen en peligro a la Creación entera. Nunca se ha visto un poder tan inmenso como el de su devoción. Por el bien de los mundos te lo suplicamos: ¡Tómala como consorte!
Y, una vez más, Shiva accedió a remediar los males del universo. Aceptó en su corazón a Párvati, se manifestó ante ella para recompensar su devoción y, desde en aquel momento, los dos dioses están unidos y forman la pare­ja cósmica a la que se venera en todos los mundos.

(Del Shiva Purâna)

Fuente: Enrique Gallud Jardiel

004. Anonimo (india),


No hay comentarios:

Publicar un comentario