Se trataba de un monarca
muy espiritual. Era un hombre profundamente mítico y no se encuadraba en
ningún credo religioso en particular. No quería morir sin dejar, como recuerdo
de su espiritualidad, una gran escultura con un mensaje metafisico. Llamó a un
afamado escultor y le explicó:
-Amigo mío, quiero que
hagas una escultura con un sentido espiritual, pero que no represente a una
religión en particular.
Durante meses el escultor
trabajó pacientemente. Hizo la escultura de un rostro de inefable hermosura.
La escultura se situó en un santuario que se edificó también a tal fin. El
monarca, satisfecho, inauguró el tacltuario. En días sucesivos tuvo noticias de
que en el santuario se originaban enormes disputas y que había habido no sólo
gritos e insultos, sino incluso heridos graves.
-¿Por qué? -preguntó
atónito el monarca.
Y uno de sus ministros le
explicó:
-Señor, llegan los
cristianos y aseguran que la escultura repre-senta a Jesús; llegan los
mahometanos y dicen que es Mahoma; llegan los hindúes y dicen que es Krishna;
llegan los sikhs y dicen que es Guru Nanak; llegan los jainas y dicen que es
Mahavir; llegan los budistas y dicen que es Gautama el Buda, y luego todos
comienzan a reñir, gritarse, increparse y golpearse.
El monarca se sintió
apesadumbrado.
-¡Que destruyan la
escultura! -ordenó. No son capaces de ver lo que está más allá de la
escultura, porque no son capaces de ver más allá de sus cejas.
El Maestro dice: Por cualquier lado que accedas al agua del
estanque, el agua es la misma. El apego a ideologías y dogmas ha originado ríos
de sangre en este planeta.
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india),
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