Se trataba de un
discípulo pretencioso y petulante. Era frío como el rocío de la madrugada,
sometiendo todo al criterio estricto de la razón, imponiéndose arrogantemente
a los otros con rigurosos razonamientos, exento de intuición, mucho más aún de
compasión.
-Asesinas la frescura de
la vida con esa actitud -le había reprendido a veces el maestro. No se trata
de brillar sólo con la mente; no hay brillo más puro que el del corazón.
Pero el discípulo no
aprendía la lección. Se instalaba en sus fríos razona-mientos, que él tenía por
muy eficaces y capaces de explicar absolutamente todo. No era la suya la duda
que invita a la genuina búsqueda y a la sagaz investigación espiritual, sino la
duda escéptica y sistemática que quiere reducirlo todo a la gélida lógica
ordinaria.
Cierto día el maestro
reunió a todos sus discípulos. Intuía que el discípulo estrictamente lógico
trataría de formularle alguna pregunta que pudiera ponerlo en evidencia. El
maestro comenzó a impartir enseñanzas y métodos a los discípulos. Luego abrió
el ciclo de preguntas. Todos preguntaron con genuino afán de saber, pero el
pretencioso discípulo, arrogante, preguntó con el ánimo de poner en grave
aprieto al maestro:
-Maestro, tú que tanto
has llegado a saber, podrás respondernos, ¿quién vela por los vastos espacios
siderales, por los infinitos mundos?
-¡Oh, qué fácil pregunta!
-repuso jovial e irónico el maestro. Naturalmente que dos intrépidos leopardos
blancos.
Esperando una respuesta
de orden más filosófica, durante unos instantes el discípulo se quedó desconcertado.
Pero reaccionó enseguida para repre-guntar:
-¿Y quién vela por esos
intrépidos leopardos blancos?
-¡Oh! -repuso el
maestro-. Eso es todavía mucho más fácil. ¿De verdad que no lo sabes? Dios es
quien vela por esos leopardos blancos.
El discípulo sonrió
maliciosamente y se dijo para sí mismo: «Está cazado. Ya veremos qué reponde a
mi próxima pregunta.» Y espetó la siguiente pregunta:
-Y bien, sabio maestro
-con tono de marcada mordacidad, ¿quién vela por Dios?
Se hizo un denso y
significativo silencio. La seriedad asomó al rostro de todos los discípulos;
pero la cara del maestro estaba relajada y amablemente sonriente.
-¡Qué pregunta tan fácil,
querido mío! Suponía que con tu destreza lógica me harías una pregunta más
dificil. ¿De verdad que no lo sabes? Es tan sencillo: por Dios velan otros dos
intrépidos leopardos blancos.
Los asistentes estallaron
en una sonora carcajada que quebraba el magnífico silencio de la tarde.
El Maestro dice: El pensamiento es insuficiente para poder
desvelar lo que por su propia naturaleza está más allá del pensamiento.
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india)
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