El
viejo Martín se asomó por la ventana y decidió ponerse tres
jerseys más.
-Me
parece una buena decisión -dijo tu mujer de Martín. Si nieva,
tienes que abrigarte.
-Lo
que me preocupa es que nieva y hace viento -contestó el viejo
Martín. Tengo que comprobar que las ovejas se encuentran bien. No
les gusta nada que la nieve se amontone. Es hora de que regresen del
prado.
Entre
jadeos y resoplidos, el viejo Martín se puso las botas y se fue al
prado acompañado por Bruno, el perro pastor. Pero, cuando llegaron,
no pudieron ver las ovejas por ningún lado, porque estaban
completamente cubiertas de nieve.
-En
días como éste, desearía tener ovejas negras en vez de blancas
-dijo el viejo Martín.
De
repente, Bruno empezó a comportarse de una forma extraña, saltando
arriba y abajo con las patas juntas, como suelen hacer las ovejas. El
viejo Martín comprendió lo que Bruno le quería decir y le acarició
la cabeza. A continuación, gritó:
-¡Hoy
vamos a celebrar un concurso de salto para entrar en calor! ¡Me
parece que los conejos del campo vecino son los que van a ganar!
¡Plofff!
Una oveja llena de energía apareció de un salto, esparciendo nieve
a su alrededor. ¡Plofff! ¡Plofff! Dos ovejas más saltaron por el
aire sacudiéndose la nieve del pelaje. Al momento, el campo se llenó
de ovejas que saltaban y rebotaban. Las ovejas querían asegurarse de
que los conejos no les ganarían, pero éstos se encontraban
durmiendo en sus madrigueras, sin enterarse de que su honor como
saltadores estaba en entredicho.
Cuando
volvieron a la granja, los demás animales pudieron ver lo calentitas
y contentas que se sentían las ovejas, e inmediatamente se pusieron
a imitarlas. El patio de la granja se llenó de animales que se reían
a carcajadas mientras saltaban arriba y abajo. Un espectáculo muy
curioso.
Quien
no se puso a saltar fue el viejo Martín, que estaba jadeando y
resoplando mientras intentaba quitarse las botas. Lo único que
quería era meterse en casa y comer junto al fuego. Le estaba
llegando el olor del almuerzo y aquella caminata le había abierto el
apetito.
Tampoco
Bruno pensaba quedarse ahí fuera con todos esos animales saltarines.
No hacía más que pensar en su hueso, pues su estómago vacío era
mucho más importante.
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anonimo cuento - 061
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