Pipo
era un cachorro muy escandaloso. No es que fuera mulo, es que lo que
más feliz le hacía era ladrar todo el día.
-¡Guau,
guau! -ladraba al gato, que maullaba y salía corriendo.
-¡Guau,
guau! -ladraba a los pájaros, que salían volando.
-¡Guau,
guau! -ladraba al árbol, que agitaba irritado sus ramas.
-¡Guau,
guau! -ladraba al cartero mientras bajaba por el camino.
-¡Silencio,
Pipo! -le gritaba Jaime, el niño que era su dueño. Pero Pipo le
contestaba ladrando cariñosamente.
Un
día, Pipo ladraba tanto que todo el mundo hacía lo que buena-mente
podía para ignorarlo.
-¡Cállate,
Pipo! -dijo Jaime cuando bajó al césped. Me voy a poner a leer y,
si sigues ladrando, no me puedo concentrar.
Pipo
hizo lo posible por no ladrar. Intentó no mirar las mariposas y las
abejas que revoloteaban por el jardín. Intentó ignorar la pelota
amarilla que estaba en el sendero. Se esforzó al máximo por no
ladrar a los pájaros que volaban por el cielo. Pero mirara donde
mirara, encontraba cosas a las que ladrar. Por eso, decidió quedarse
mirando las hojas de hierba del césped.
Mientras
miraba las hojas, estaba seguro de que algo había empezado a
moverse. Al cabo de un momento estaba seguro de oír algo que se
deslizaba. Estaba a punto de ponerse a ladrar, cuando recordó lo que
Jaime le había dicho. Siguió mirando fijamente. Ahora podía oír
un silbido y se acercó aún más a la hierba.
De
pronto, Pipo empezó a ladrar como un loco.
-¡Guau,
guau! -ladraba a la hierba.
-¡Chitón!
-hizo Jaime mientras volvía la página de su libro.
Pero
Pipo no podía dejar de ladrar. Había descubierto algo largo y
escurridizo que se deslizaba por el césped, que tenía una larga
lengua, que silbaba y... que se dirigía hacia Jaime.
-¡Guau,
guau, GUAU! -ladró Pipo.
-¡Silencio,
Pipo! -gritó el padre de Jaime desde la casa. Pero como Pipo no
callaba, Jaime se levantó y echó un vistazo.
-¡Una
serpiente! -gritó Jaime, señalando la larga y escurridiza serpiente
que se dirigía hacia él.
Pipo
siguió ladrando mientras el padre de Jaime cruzaba corriendo el
césped y levantaba a Jaime en sus brazos.
Más
tarde, cuando el empleado del centro de acogida de animales ya se
había llevado a la serpiente, Jaime acarició a Pipo y le dio un
hueso especial.
-¡Un
hurra por Pipo! -dijo Jaime, riéndose. Suerte hemos tenido de tus
ladridos.
Esa
noche Pipo tuvo permiso para dormir en la cama de Jaime, pero a
partir de aquel día decidió que iba a reservar sus ladridos para
las ocasiones especiales.
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anonimo cuento - 061
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