Tomás
se frotó los ojos, parpadeó varias veces y se volvió a asomar por
la ventana de su dormitorio. Ahí seguía todavía, un hermoso roble
que, desde luego, ayer no estaba allí. No tenía la menor duda de
que, si hubiera estado, él lo sabría. Para empezar, se habría
subido a él, porque lo que más le gustaba a Tomás era trepar a los
árboles.
¡No,
seguro que el árbol ayer no estaba! Tomás se quedó sentado
mirándolo entre incrédulo y maravillado. Estaba allí, ante la
ventana de su habitación, inmenso, con las ramas extendidas como si
lo invitase a trepar. Tomás se preguntaba asombrado cómo era
posible que hubiera brotado de repente, pero decidió que, en vez de
seguir admirándose, lo que haría primero sería salir y subirse a
él. Pensó que, a fin de cuentas, siempre hay tiempo de sobra para
asombrarse de algo, pero nunca hay tiempo suficiente para hacer las
cosas.
En
cuanto se vistió, salió corriendo para ver de cerca el árbol
nuevo.
Tenía
el mismo aspecto que cualquier otro roble grande, con gruesas ramas
tentadoras, gran cantidad de hojas verdes -y redon-deadas y la
corteza rugosa.
Tomás
no se pudo resistir más y empezó a trepar. En un instante, se
encontró bajo un toldo de hojas verdes. Ya no podía ver el suelo y,
además, pasaba algo bastante raro. Las ramas de abajo parecían tan
grandes que hubiera podido ponerse de pie y caminar por ellas en
cualquier dirección, y las ramas que se hallaban a su alrededor
parecían árboles. De pronto, se dio cuenta de que estaba trepando a
un árbol muy alto, pero al mismo tiempo estaba rodeado de un
auténtico bosque.
Tomás
pensó que lo mejor sería volver a bajar. Pero, ¿dónde estaba la
parte de abajo? Todo lo que veía eran árboles que se agitaban junto
a senderos ondulantes que conducían a lo más profundo del bosque.
No sabía cómo lo había hecho, pero se había perdido en un bosque
¡y aún no había desayunado! Encima, parecía que empezaba a
oscurecer. De repente, oyó una voz:
-¡Rápido,
sube por aquí!
Tomás
se asustó mucho, pero aún se asustó más cuando vio que la voz
pertenecía a una ardilla.
-¡Puedes
hablar! -balbució Tomás.
-Por
supuesto que puedo hablar -respondió la ardilla. Y ahora escúchame
bien: corres un grave peligro y no podemos perder el tiempo si
queremos salvarte de las garras del malvado Mago de los Bosques.
La
ardilla le contó que el bosque estaba encantado desde hacía mucho
tiempo. A veces, el Mago de los Bosques atraía a los incautos a sus
dominios haciendo aparecer un árbol. Al trepar por éste, entrabas
en el bosque y era casi imposible escapar.
-Pero,
¿por qué quiere el Mago de los Bosques atrapar a la gente?
-preguntó Tomás, subiendo de antemano que la respuesta no le iba a
qustar.
-La
quiere convertir en fertilizante para que crezcan los árboles
-respondió la ardilla.
Tomás
no sabía muy bien qué era un fertilizante, pero le sonaba
peligroso. Se alegró cuando la ardilla dijo de repente:
-Sólo
hay un modo de sacarte de aquí, pero debemos darnos prisa. Pronto se
hará de noche y el Mago de los Bosques despertará. En cuanto se
despierte, olerá tu sangre y querrá capturarte.
-Y saltando al
árbol siguiente, la ardilla gritó: ¡Sígueme!
Tomás
trepó a toda prisa detrás de la ardilla.
-¿Adónde
vamos? -jadeó mientras trepaban cada vez más alto.
-A
lo más alto del árbol más elevado del bosque -respondió la
ardilla, mientras subían de árbol a árbol. Es el único modo de
escapar.
Finalmente,
dejaron de trepar. Por debajo de ellos no se veía más que árboles,
y al mirar hacia arriba podía verse el cielo despejado, que empezaba
a oscurecer. Se dio cuenta de algo muy extraño: las hojas de ese
árbol eran enormes.
-Rápido
-dijo la ardilla. Siéntate en esta hoja y agárrate fuerte.
Tomás
se sentó en una de las descomunales hojas. La ardilla silbó y, al
instante, aparecieron cien ardillas más. Se agarraron a la rama de
donde colgaba la hoja y, con gran esfuerzo, tiraron y tiraron hasta
que la rama se dobló hacia abajo. De repente, la soltaron. Con un
fuerte crujido, la rama, y con ella la hoja en la que Tomás se
sentaba, saltaron hacia delante. Esto hizo que Tomás y la hoja
salieran despedidos por el aire. Saltaron por encima de los árboles
hasta que, lentamente, empezaron a bajar flotando hacia el suelo.
Fueron bajando y bajando hasta que aterrizaron de golpe.
Tomás
abrió los ojos y se encontró en el suelo de su cuarto. Corrió a la
ventana y se asomó. El árbol d, mágico ya no se veía; tan de
repente como había aparecido había vuelto a desaparecer. Quizá
nunca había existido. A lo mejor sólo había sido un sueño. ¿A ti
qué te parece?
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anonimo cuento - 061
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