Bocota
era el cocodrilo más pacífico en kilómetros a la redonda. Los
demás cocodrilos siempre refunfuñaban y estaban de pésimo humor,
mientras que Bocota sonreía a todo el mundo. Su sonrisa era muy
amplia.
-Sonríes
demasiado -le decían. Tienes que ser feroz... como los cocodrilos de
verdad.
-Lo
intentaré -decía Bocota, frunciendo el ceño. Conseguía aguan-tar
dos segundos y enseguida volvía a sonreír. ¿Qué os ha parecido?
-preguntaba.
-No
tienes remedio -le contestaban.
Un
día vinieron al río unos hipopótamos. Eran muchos y muy grandes y
se metieron en la parte del río favorita de los cocodrilos. Bocota
se lo pasaba muy bien mirando cómo se divertían. Le gustaba ver
cómo se sumergían hasta el fondo y volvían a salir haciendo olas,
o cómo competían para ver quién era el que más salpicaba, o cómo
lanzaban al aire surtidores de agua. A los demás cocodrilos todo
esto no les hacía ninguna gracia.
-Vamos
a tener que librarnos de ellos -dijeron.
Bocota
vio a un bebé hipopótamo llamado Salchicha jugando en el agua.
-¡Me
apuesto algo a que no sabes hacer esto! -dijo Salchicha a Bocota. Y
resoplando, hizo un millón de burbujas que flotaron por el agua.
-¡Apuesto
a que sí!
-Y lo hizo, pero sacando el aire por la nariz.
-¿Y
esto otro? -preguntó Salchicha.
Se
puso tripa arriba y se sumergió bajo el agua. Bocota hizo lo mismo
y
a continuación nadaron a toda velocidad hasta la otra orilla.
Jugaron así todo el día y también los días siguientes. Bocota no
se lo había pasado nunca tan bien. Sin embargo, los demás
cocodrilos se reunieron para pensar el modo de librarse de los
hipopótamos. Primero probaron a asustarlos enseñando mucho los
dientes, pero los hipopótamos sonrieron y enseñaron unos dientes
aún más grandes. A continuación, los cocodrilos probaron a ser
maleducados:
-¡Largaos!
-gritaron al principio. Como no funcionó, pasaron a gritar:
¡Hipopótamos viejos y malolientes!
Pero
los hipopótamos pensaron que era una broma. Luego los embistieron
mientras nadaban, pero los hipopótamos se sumergieron hasta el fondo
del río, donde los cocodrilos no podían alcanzarlos. Ya no sabían
qué más hacer, cuando Bocota tuvo una idea:
-Puedo
sonreírles y pedirles amablemente que se vayan a otro sitio.
-¡Bah!
-dijeron los cocodrilos. ¡Seguro que no te hacen ni caso! Pero
Bocota no se dio por vencido. Los cocodrilos gruñones replicaron:
-Tú
mismo, pero no va a funcionar. Ya lo verás.
¡Pero
sí que funcionó! A los hipopótamos les caía bien Bocota, porque
siempre les sonreía. Lo escucharon amablemente cuando les explicó
que los demás cocodrilos sólo querían estar solos y refunfuñar.
-Nos
iremos un poco más abajo si sigues viniendo a vernos -dijeron.
Y
los demás cocodrilos se quedaron maravillados de ver que sonreír
daba mejor resultado que poner mala cara.
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anonimo cuento - 061
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