El
pequeño Guille era un chico muy afortunado. Tenía una bonita casa y
los mejores padres que se puedan desear. También tenía un gran
jardín con un columpio y una portería de fútbol. En el jardín
crecían muchos árboles a los que se podía trepar para correr
aventuras. Guille iba también a un bonito colegio donde se lo pasaba
muy bien todos los días y tenía muchos amigos. De hecho, todo era
perfecto en la vida de Guille menos una cosa: su hermano Javi.
Javi
era un chico muy travieso. Pero lo peor es que, hiciera la trastada
que hiciera -y no paraba de hacer una detrás de otra, siempre se las
apañaba para que pareciese que era otro el que tenía la culpa. ¡Y
normalmente ese otro era el pobre Guille!
Una
vez se le ocurrió poner sal en el azucarero. Esa tarde vinieron unos
amigos de sus padres a tomar el té. Y, por supuesto, todos los
invitados se pusieron salen el té pensando que era azúcar. Como
eran muy educados, no se quejaron, pero todos pensaron que el té
tenía un sabor muy extraño. Sin embargo, en cuanto los padres de
Guille lo probaron, enseguida se dieron cuenta de que alguien les
había gustado una broma. Pidieron disculpas a sus invitados y les
hicieron otro té. ¿Y quién se llevó las culpas? Pues el pequeño
Guille, porque Javi había echado sal por el suelo del cuarto de
Guille para hacer creer a sus padres que él era el culpable.
Al
poco tiempo, la tía Pepa vino a pasar unos días. Era una señora
muy simpática, pero odiaba cualquier bicho que se arrastrase o
reptase y, sobre todo, las ranas. ¿Y qué es lo que hizo Javi? Pues
bajar al estanque del jardín, coger una gran rana verde y meterla en
el bolso de la tía Pepa. Cuando la tía lo abrió para sacar las
gafas, se encontró con dos ojos de rana que la miraban fijamente.
-iCroac!
-dijo la rana.
-¡Aaahhh!
-aulló la tía Pepa, a quien casi le dio un soponcio.
-Le
dije a Guille que no lo hiciera -dijo Javi.
Guille
había abierto la boca para asegurar que era inocente cuando su madre
dijo:
-Guille,
vete a tu cuarto ya mismo y no salgas hasta que te lo diga.
El
pobre Guille se fue a su cuarto y se tuvo que quedar allí hasta
después de la cena. A Javi le pareció muy divertido.
Al
día siguiente, Javi decidió gastar otra broma con la que echarle
las culpas a Guille. Fue al cobertizo y sacó todas las herramientas
del jardín una por una. Cuando creía que no lo veía nadie, las
escondió en el armario del cuarto de Guille. Allí metió la pala,
el rastrillo, la regadera, la podadora... vamos, todo menos la
segadora, y ésta se salvó porque era demasiado pesada y no la podía
llevar hasta allí.
Pero
esta vez la bromita fracasó porque la tía Pepa lo vio deslizarse
escaleras arriba para subir las herramientas al cuarto de Guille e
inmediatamente se imaginó lo que Javi estaba tramando y en quién
iban a recaer las culpas. Habló con Guille sin que Javi se diera
cuenta. Los dos estuvieron murmurando unos segundos y sonrieron
triunfales.
Ese
mismo día, el padre de Javi y Guille fue al cobertizo a buscar las
herramientas para arreglar el jardín. Imaginaos la sorpresa que se
llevó cuando vio que lo único que quedaba eran unos tiestos y la
segadora. Estuvo buscando las herramientas por todo el jardín, miró
detrás del montón de abono, bajo los peldaños del jardín, detrás
del cajón de arena y en el garaje. Pero no las pudo encontrar por
ningún sitio.
Después
se puso a buscarlas por la casa. Miró en todos los armarios de la
cocina y estaba mirando debajo de la escalera cuando vio algo en el
piso de arriba que le llamó la atención. El mango de la gran pala
del jardín sobresalía por la puerta del cuarto de Javi. Perplejo,
subió la escalera y entró en la habitación. Y allí, en un montón
dentro del armario, estaba el resto de las herramientas.
-¡Javi,
sube inmediatamente! -lo llamó su padre.
Javi,
que no tenía ni idea de lo que podía pasar, subió tranquilamente
las escaleras. De repente, vio que todas las herramientas que él
había metido cuidadosamente en el armario de Guille estaban ahora en
su armario. Se quedó sin habla.
-Pues
bien -dijo su padre, antes de salir a jugar vas a volver a bajar
todas las herramientas al cobertizo. Luego siegas la hierba, después
cavas los macizos de flores y u continuación quitas las malas
hierbas.
Javi
tardó horas en arreglar el jardín. Guille y la lo estuvieron
mirando por la ventana y se partían de la risa. Javi no pudo
averiguar cómo habían ido a parar las herramientas a su cuarto,
pero seguro que tú lo has adivinado, ¿a que sí?
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anonimo cuento - 061
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