Erase
una vez un chico que se llamaba Guille. Era un muchacho con suerte,
porque tenía unos padres que lo querían, un montón de amigos y una
habitación llena de juguetes. Detrás de su casa había un vertedero
al que su madre le había prohibido ir, pero a Guille le parecía un
lugar muy emocionante para ir a explorar.
Un
día, mientras miraba el vertedero, vio un objeto dorado que brillaba
a la luz del sol. En lo alto del montón de basura había una lámpara
de latón. Guille conocía el cuento de Aladino y se preguntó si esa
lámpara también sería mágica. Cuando su madre no lo veía, se
escabulló por la puerta trasera, trepó a lo alto del vertedero y se
apoderó de la lámpara.
Guille
corrió al cobertizo del jardín. Aunque estaba bastante oscuro,
podía ver brillar la lámpara entre sus manos. Cuando los ojos se le
acostumbraron a la oscuridad, se dio cuenta de que estaba bastante
sucia. Empezó a frotar el latón y entonces apareció una nube de
humo y el cobertizo se llenó de luz. Guille cerró los ojos y cuando
los volvió a abrir vio, con asombro, que tenía ante él a un hombre
vestido con un traje ricamente bordado con oro y joyas.
-Soy
el genio de la lámpara -dijo. ¿Eres acaso Aladino?
-N...
n... no, soy Guille -tartamudeó Guille, mirándolo con
incredulidad.
-Qué
extraño -dijo el genio frunciendo el ceño. A mí me habían dicho
que el chico de la lámpara se llamaba Aladino. ¡Bueno, es igual!
Ahora estoy aquí y haré todo lo posible por cumplir tus deseos. A
propósito, puedes pedir tres.
Guille
estaba tan asombrado que no podía ni hablar. Luego empezó a pensar
con gran concentración. ¿Qué sería lo mejor que podía desear? Se
le ocurrió una idea.
-Mi
primer deseo -dijo- es poder tener todos los deseos que quiera.
El
genio lo miró bastante desconcertado, pero luego sonrió y dijo:
-Un
deseo es un deseo. ¡Así sea!
Guille
no podía dar crédito a sus oídos.
¿Se
le iban a cumplir de verdad todos sus deseos? Decidió empezar con un
deseo realmente grande, por si acaso el genio cambiaba luego de
opinión.
-Deseo
un monedero al que no se le acabe nunca el dinero -dijo.
¡Zas!
En su mano apareció un monedero con cinco monedas dentro. Sin
acordarse de dar las gracias al genio, se fue corriendo a la tienda
de chucherías. Compró una gran bolsa de dulces y pagó con una de
las monedas. A continuación, tanteó con cuidado dentro del monedero
y comprobó que seguía habiendo cinco monedas. ¡La magia
funcionaba! Guille volvió corriendo al cobertizo para pedir su
siguiente deseo, pero el genio había desaparecido.
-¡No
es justo! -gritó Guille, dando una patada en el suelo.
En
ese momento se acordó de la lámpara. La cogió, se puso a frotarla
furiosamente y el genio volvió a aparecer.
-No
te olvides de compartir las golosinas con tus amigos -le dijo. ¿Cuál
es tu siguiente deseo, Guille?
-Deseo
una casa de chocolate -contestó Guille, que era muy goloso.
Al
momento, se encontró ante una casa hecha en su totalidad de
chocolate. Guille partió el llamador de la puerta y lo mordió.
¡Sí,
era chocolate de verdad! Guille se puso a zampar chocolate hasta que
ya no pudo más. Se acostó en la hierba y cerró los ojos. Cuando
los volvió a abrir, la casa de chocolate había desaparecido y él
estaba de nuevo ante el cobertizo del jardín.
-No
es justo que me quiten mi casa de chocolate. ¡Quiero que me la
devuelvan! -se quejó.
Guille
volvió a entrar en el cobertizo. «Ha llegado el momento de pedir
algo que dure más tiempo», pensó. Frotó la lámpara y el genio
apareció otra vez. En esta ocasión, Guille deseó una alfombra
mágica que lo llevase a países lejanos. Al momento, se encontró
volando por el aire en una hermosa alfombra que lo llevó a visitar
los confines de la Tierra.
Vio
camellos en el desierto, osos polares en el Polo Norte y ballenas en
el mar. Al final, Guille empezó a sentir nostalgia de su casa y
pidió a la alfombra mágica que lo llevara de regreso.
Guille
empezó a desear más y más cosas. Deseó no tener que ir al colegio
y su deseo se cumplió. Se volvió perezoso y caprichoso. Sus padres
estaban desesperados y sus amigos dejaron de ir a jugar con él
porque se portaba con ellos como un fanfarrón.
Una
mañana, Guille se despertó y rompió a llorar.
-¡Qué
solo y desgraciado me siento! -sollozó.
Sólo
podía hacer una cosa: ir al cobertizo, coger la lámpara y frotarla.
-No
pareces muy feliz -dijo el genio, preocupado. ¿Qué deseas?
-Deseo
que todo vuelva a ser normal -reconoció Guille. ¡Y deseo no poder
pedir más deseos!
-Sabia
elección -respondió el genio. Que así sea. ¡Adiós, Guille!
Dicho
esto, el genio desapareció. Guille salió del cobertizo y todo
volvió a ser normal. Sus padres cuidaron de él, regresó a la
escuela a jugar con él. Guille había aprendido la lección: y sus
amigos volvieron dejó de ser fanfarrón y compartió todos los
juguetes que tenía con sus amigos.
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anonimo cuento - 061
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