¡Brrr!
-dijo Pulguitas, sintiendo un escalofrío. ¡Qué frío hace esta
noche!
-Bueno,
pues arrímate más a mí -contestó su mamé.
-No
es justo -refunfuñó Pulguitas. ¿Por qué hemos de dormir fuera con
este frío? A los gatos les dejan dormir dentro.
-Nosotros
somos perros de granja, cariño -dijo mamá. Tenemos que ser fuertes
y trabajar mucho para ganarnos el sustento.
-Yo
preferiría ser un gato -murmuró Pulquitas. Lo único que hacen en
todo el día es lavarse, comer y dormir.
-Nuestra
vida tampoco está tan mal -dijo mamá. Así que deja de lamentarte y
descansa, que mañana tenemos que trabajar mucho.
Al
día siguiente, Pulguitas se despertó muy temprano y echó a trotar
sendero abajo para dar un paseo. Corrió por la hierba, persiguiendo
conejos y olfateando las flores.
Normalmente,
cuando llegaba al final del sendero, daba la vuelta
y
regresaba. Pero aquel día vio una gran camioneta roja aparcada allí,
delante de una casa. La parte trasera de la camioneta estaba abierta
y a Pulguitas se le ocurrió trepar a su interior para echar un
vistazo.
La
camioneta estaba llena de muebles. Al fondo, había un gran sillón
con cómodos cojines, en el que Pulguitas se arrellanó.
-Me
podría pasar todo el día dormitando como un gato -se dijo. Cerró
los ojos y sin darse cuenta se quedó dormido.
Al
cabo de un rato, Pulguitas se despertó sobresaltado.
-¡Oh,
no, me he quedado dormido! -gruñó. Más vale que vuelva a toda
prisa. Hoy tenemos mucho que hacer.
Pero
entonces se dio cuenta de que las puertas de la camioneta estaban
cerradas. Afuera se oían voces que hablaban.
«Si
me encuentran aquí voy a tener problemas», pensó Pulguitas.
Y
se escondió detrás del sillón.
Cuando
la parte trasera de la camioneta se abrió, Pulguitas se asomó y
miró. Dos hombres habían empezado a descargar los muebles.
Cuando
estuvo seguro de que nadie lo estaba mirando, salió a hurtadillas de
la camioneta, pero ya no estaba en el campo donde había vivido
siempre, sino en una ciudad grande y ruidosa, llena de coches y
edificios.
¡El
pobre Pulguitas no tenía ni idea de dónde se encontraba! «Me ha
debido de traer la camioneta», pensó, muy asustado.
Se
pasó todo el día dando vueltas, tratando de encontrar el camino de
regreso a casa. Sentía frío, estaba cansado y tenía hambre. Al
final, se tumbó en el suelo y empezó a llorar amargamente.
-¿Qué
te pasa, perrito? -oyó que le decía una voz de hombre. Me parece
que te has perdido. Ven a casa conmigo.
Pulguitas
lamió agradecido la mano del hombre, se levantó de un salto y lo
siguió hasta su casa.
Cuando
llegaron, Pulguitas se sentó en el peldaño de la entrada, esperando
a que le sacaran algo de comida. Sin embargo, el hombre dijo:
-Entra,
no te quedes ahí fuera.
Pulguitas
entró detrás de él y se encontró con una pequeña caniche que lo
estaba esperando para conocerlo. ¿Qué le había pasado en el pelo?
-Será
mejor que te bañes antes de cenar -dijo el hombre, mirando el sucio
pelaje blanco de Pulguitas.
Lo
lavó en una gran bañera y luego le cepilló los enredones del pelo.
Pulguitas se sentía fatal ¿Qué había hecho para merecer este
castigo?
-¿No
te gusta?
-le
preguntó la caniche tímidamente.
-No
-respondió Pulguitas.
¡Lavarse
y limpiarse es cosa de gatos!
A
continuación, el hombre le dio de cenar: un cuenco lleno de bolitas
secas. Pulguitas las miró y las olfateó con disgusto. Él estaba
acostumbrado a comer trozos de carne y un hermoso hueso.
-Parece
comida de gato -dijo Pulguitas lleno de tristeza.
Después
de cenar, la caniche se metió en una gran cesta que había en la
cocina.
-Pensaba
que sería de algún gato -dijo Pulguitas.
Intentó
dormir en la cesta, pero tenía calor y no se encontraba cómodo.
Echaba de menos contar las estrellas para poderse dormir y, sobre
todo, echaba de menos a su mamá.
-Me
quiero ir a casa -sollozó, mientras grandes lágrimas le rodaban
por el hocico.
Al
día siguiente, el hombre le puso una correa y lo llevó a la ciudad.
No le gustó nada que lo llevara tirando continuamente, sin dejarle
tiempo para olfatearlo todo debidamente. Cuando pasaron por el
mercado, Pulguitas oyó un ladrido familiar y vio a su mamá asomada
a la ventanilla del camión del granjero, que estaba aparcado junto a
la calzada. Empezó a aullar y a tirar del hombre en dirección al
camión. Luego se puso a saltar hacia la ventanilla mientras ladraba
muy nervioso. El granjero apenas podía creer que aquel perrito fuera
Pulguitas: ¡no lo había visto nunca tan limpio! El hombre explicó
cómo lo había encontrado y el granjero le dio las gracias por
haberlo cuidado tan bien. Pulguitas y su mamá saltaron a la caja del
camión. Durante el viaje de regreso, Pulguitas le contó su
aventura.
-Pensé
que te habías escapado porque no te gustaba ser un perro de granja
-le dijo su mamá cariñosamente.
-iClaro
que no, mamá! -respondió él inmediatamente. Me encanta ser un
perro de granja. Estoy deseando llegar a casa para comerme un jugoso
hueso y dormir en nuestra camita bajo las estrellas.
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anonimo cuento - 061
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