El
payaso Bongo tenía un pequeño problema. Se supone que los payasos
son gente alegre, feliz y divertida, pero Bongo era un payaso muy
triste. No había nada que le hiciese reír.
En
cuanto el circo llegaba a cualquier ciudad, la gente acudía en
tropel con la esperanza de pasar un día divertido. Se estremecían
con la arriesgada actuación de los equilibristas y los acróbatas.
Disfrutaban con los malabaristas, que lanzaban al aire relucientes
pelotas de colores. El público se deleitaba viendo los hermosos
caballos blancos que daban vueltas alrededor de la pista, y con los
jinetes que, sin montura, se mantenían en equilibrio sobre sus
lomos. Cuando llegaban las focas, el público les dedicaba siempre
una gran ovación, porque todos las querían y se podían pasar horas
mirando sus payasadas.
Pero
el gran favorito del público, especialmente de los niños, era el
payaso. Todos se reían al ver sus enormes y anchos pantalones y su
divertida forma de andar. Aún se reían más con su enorme sombrero
estrafalario, que adornaba con una flor, y, sobre todo, con su cara
pintada de payaso.
Cuando
empezaba el número, la gente se partía de la risa. En primer lugar,
se le rompía la bicicleta cuando intentaba dar una vuelta alrededor
de la pista, y luego se caía del coche eléctrico cuando el asiento
se volcaba. Pero cuando se echaba agua fría en los pantalones por
error y se caía en una piscina llena de natillas, la gente ya casi
lloraba de la risa.
Sin
embargo, detrás del maquillaje, Bongo, el payaso triste, ni siquiera
sonreía. La verdad es que no les veía la gracia ni a las bicicletas
que se rompen cuando las usas, ni a los coches que te tiran fuera
cuando te montas en ellos, ni a tener agua fría en los pantalones,
ni a nadar en una piscina llena de natillas. De hecho, no tenía el
menor sentido del humor.
Todos
los demás artistas del circo decidieron animar al payaso triste.
-Ya
sé -dijo el equilibrista. Vamos a pintarle una cara más divertida.
Eso le hará reír.
Y
así lo hicieron, pero Bongo seguía sin reírse e incluso parecía
más triste todavía.
-Vamos
a realizar algunos de nuestros trucos sólo para él -dijeron las
focas.
Y,
sentándose en sus taburetes, se lanzaron unas a otras sus grandes
pelotas de colores y aplaudieron con las aletas. Pero Bongo seguía
sin reírse.
Nada
de lo que hicieron los demás consiguió que Bongo sonriese.
Seguía
siendo un payaso muy triste.
-Me
parece que ya sé cuál es su problema -dijo Felipe, el jefe de
pista. No hay nada que le guste más a un payaso que gastar bromas a
otro payaso. Quizá si tuviéramos un segundo payaso, Bongo se
animaría.
De
manera que contrataron a otro payaso, llamado Pipe. El circo se fue a
otra ciudad y pronto llegó el momento de que Bongo y Pipe
representaran su número. Pipe empezó montándose en la bicicleta
mientras Bongo hacía como que lavaba el coche echándole por encima
un cubo de agua. Como es lógico, el agua no iba a parar al coche
sino encima de Pipe, que pasaba casualmente con la bici en aquel
momento.
Una
pequeña sonrisa asomó al rostro de Bongo cuando vio a Pipe
total-mente empapado.
A
continuación, Bongo y Pipe hacían como que estaban en la cocina.
Bongo tropezaba mientras llevaba dos enormes pasteles de nata, y
éstos aterrizaban en la cara de Pipe. Bongo soltó una carcajada
cuando vio la cara de Pipe llena de nata. Por último, hicieron de
pintores subidos en lo alto de unas escaleras. Como era de esperar,
las escaleras se caían y los botes de pintura acababan encima de los
payasos. Bongo miró a Pipe, a quien un enorme bote se le había
quedado de sombrero y la pintura se le escurría por el cuerpo, y se
echó a reír. A Pipe también le parecía que Bongo tenía un
aspecto muy divertido con todo el cuerpo cubierto de pintura.
El
público, por su parte, pensaba que dos payasos eran más divertidos
que uno solo, y aplaudía, vitoreaba y llenaba la gran carpa con sus
carcajadas.
Bongo
ya no volvió a ser nunca un payaso triste.
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anonimo cuento - 061
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