El
señor Topo asomó el negro hociquito por uno de los agujeros de su
topera y aspiró aire profundamente. Repitió la operación dos veces
más hasta que estuvo completamente seguro. «Huele como si fuera a
llover», pensó.
Al
señor Topo no le gustaba la lluvia nada en absoluto. Cada vez que
llovía se le empapaba su elegante abriguito de piel e iba
chorreando y dejando sucias pisadas de barro por toda su madriguera
subterránea. Pero lo peor de todo es que la lluvia entraba por los
agujeros de la topera, se le inundaba todo y después tardaba días
en volverse a secar.
El
cielo se fue poniendo cada vez más oscuro y pronto empezaron a caer
gotitas de lluvia, que se fueron haciendo cada vez más y más
grandes. Al cabo de un rato, ya no se veía más que chorros de agua
que caían de las hojas de los árboles, anegando la tierra y
haciéndola cada vez más fangosa.
El
señor Topo no había visto nunca llover de aquel modo. Y allí
estaba, en la madriguera, deseando que dejase de llover. Pero seguía
lloviendo y lloviendo.
Al
poco rato empezó a entrar agua en la topera. Primero cayeron unas
gotitas a través de los agujeros y luego las gotitas se
convir-tieron en un riachuelo que se transformó a su vez en un gran
río cuya rápida corriente arrastró de repente al señor Topo. Fue
cruzando los túneles de la topera por aquí y por allá, mientras el
agua caía a chorro inundando su casa subterránea.
Lo
siguiente que recordaba era que había sido arrastrado fuera de la
madriguera y el agua de la lluvia lo llevaba prado abajo. Bajaba y
bajaba sin saber dónde estaba ni hacia dónde iba. Llevado por la
riada, cruzó los bosques que había al fondo del prado, luego la
corriente lo siguió arrastrando, dando saltos y vueltas hasta que se
sintió aturdido y sin apenas fuerzas para respirar.
De
pronto se detuvo. El agua de la lluvia gorgoteaba y chorreaba a su
alrededor y luego seguía su curso, pero él se había quedado
firmemente enganchado entre las ramas de un arbusto.
«¡Oh,
cielos! ¿Dónde estoy?», pensó el señor Topo cuando consiguió
liberarse. Miró a su alrededor, pero como era muy miope -como casi
todos los topos- no pudo descubrir ningún lugar que le resultara
familiar. Y, aún peor, tampoco pudo distinguir ningún olor
conocido. Estaba completamente perdido, lejos de casa y sin la menor
idea acerca de cómo regresar. Además, para empeorar aún más las
cosas, estaba empezando a hacerse de noche.
-¡Huu-uu-uu-uu-uu!
-dijo una voz de repente.
El
señor Topo casi se murió del susto.
-Yo
en tu lugar no me quedaría ahí. ¿No sabes que el bosque es
peligroso por la noche? -dijo la voz. Hay serpientes, zorros y
comadrejas y todo tipo de criaturas malvadas que no te gustaría nada
encontrar.
El
señor Topo levantó la vista y se encontró una enorme lechuza.
-¡Oh,
cielos! -fue todo lo que el señor Topo fue capaz de pensar
o
decir. Le contó a la lechuza su terrible viaje, que se encontraba
perdido y que no sabía cómo volver a casa.
-Tienes
que hablar con la paloma Paula -dijo la lechuza. Es una paloma
doméstica y vive cerca de tu prado. Puede decirte cómo regresar,
pero primero tenemos que encontrarla a ella. No te alejes de mi lado
y estate atento a todos esos zorros, serpientes y comadrejas de los
que te he hablado.
No
hizo falta decírselo dos veces. El señor Topo se mantuvo tan cerca
de la amable lechuza que cuando ésta se detenía de repente o se
volvía para decirle algo, ambos chocaban.
Y
así cruzaron el oscuro y peligroso bosque. De vez en cuando oían
ruidos extraños, como un gruñido bajo o un siseo, que prove-nían
de los espesos y enmarañados árboles, pero el señor Topo no quería
pensar demasiado en ello y procuraba no perder de vista a la lechuza.
Finalmente,
cuando el señor Topo pensaba que ya no podría dar un paso más, se
detuvieron ante un viejo olmo.
-Hooo-laaa
-dijo la lechuza.
Tuvieron
suerte. La paloma Paula estaba a punto de proseguir su viaje a casa.
-Por
favor, me parece que estoy perdido sin remedio y no sé cómo
regresar a mi prado. ¿Me llevarías hasta allá? -dijo el señor
Topo.
-Por
supuesto -respondió Paula. Será mejor que primero descanses un
rato, pero tenemos que salir antes de que amanezca.
Y
así fue cómo, al poco rato, el señor Topo se encontró de regreso
en su prado, procurando siempre mantenerse lo más cerca posible de
la paloma Paula. Justo cuando los primeros rayos de sol iluminaban el
cielo matinal, el señor Topo sintió un olor muy familiar. ¡Era su
prado! ¡Ya casi estaba en casa!
Poco
después se encontraba en su madriguera. Estaba todo tan mojado y
sucio de barro que lo primero que hizo fue cavar unos cuantos túneles
nuevos para que la lluvia no entrara tan fácilmente. Después se
tomó una buena ración de gusanos y durmió un profundo y bien
merecido sueño.
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anonimo cuento - 061
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