En
el prado Primaveral vivían un montón de conejitos. Todos eran
amigos y se lo pasaban muy bien jugando juntos. Todos, menos el
conejo Grandullón, que era un bravucón. No le gustaba nada que los
otros conejos se lo pasaran tan bien y siempre estaba gastándoles
bromas pesadas y metiéndoles miedo.
Como
tenía tan mala idea, Grandullón no tenía amigos ni nadie con quién
jugar. Pero a él no le importaba.
-¿Quién
necesita amigos? -decía. Yo, desde luego, no.
Y
bajaba a saltos al arroyo. Pero uno de los conejitos se pre-ocupaba
por Grandullón. «Todo el mundo debería tener un amigo», pensaba
Peque.
-¡Grandullón!
-lo llamó Peque, ¿te gustaría compartir conmigo mi pastel de
zanahoria y ser mi amigo?
-¡No!
-vociferó el revoltoso bravucón. No lo quiero compartir, ¡lo
quiero entero!
Con
un gran salto, se apoderó del rico pastel y empujó a Peque al agua.
¡PLAF!
-A
mí no me gusta compartir -gritó Grandullón. ¡Y no quiero ser tu
amigo!
Peque
se sacudió el agua y regresó saltando al prado. «Me voy a casa.
Grandullón es un auténtico bravucón», pensó.
De
pronto, oyó un ruido. Parecía que alguien gritaba. Siguiendo el
rastro de la voz, llegó hasta la orilla de un empinado terraplén y
se asomó. Allá abajo, muy al fondo, estaba sentado Grandullón.
-¡Por
favor, Peque, ayúdame! -exclamó débilmente. Me he herido en una
pata y no puedo volver a subir.
Peque
se apresuró a entrar en acción.
-No
te preocupes. Voy a buscar ayuda -dijo a Grandullón.
Se
fue a casa a toda velocidad y, aunque Grandullón siempre se había
portado muy mal con todos los conejos del prado Primaveral, cuando
Peque llegó gritando «¡Grandullón está herido!», todos
corrieron u ayudarle. El papá de Peque bajó por el terraplén y
rescató al asustado conejo herido.
-Siento
haber sido tan grosero contigo -exclamó Grandullón, dando a Peque
un gran abrazo. ¡Gracias por haberme salvado!
-¡Eso
es lo que se hace por los amigos! -contestó Peque.
Y
todos los demás se pusieron a aplaudir.
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anonimo cuento - 061
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