Chiqui
era el cachorro más pequeño de la camada. Todos sus hermanos eran
más grandes que él. No es que le importara demasiado, pero los
demás siempre le estaban gastando bromas.
-Quítate
de en medio, canijo -se reían de él cuando a la hora de comer lo
empujaban a un lado.
-¡El
que llegue el último es un bebé! -ladraban cuando salían corriendo
a jugar. Y Chiqui siempre perdía.
-Eres
pequeño porque fuiste el último en nacer -le explicó su mamá. Por
eso eres tan especial.
Pero
en vez de especial, Chiqui se sentía triste. Un día vino una
familia a ver los cachorros.
-Poned
buena cara -les dijo su madre. Han venido para llevarse a casa a uno
de vosotros.
Lógicamente,
todos los cachorros querían ser el elegido, pero sólo podía serlo
uno, y no fue Chiqui. Durante los días siguientes vino mucha gente a
la casa. Todo el que vino se llevó un cachorro, pero nadie eligió a
Chiqui, que al final era el único que quedaba.
-Nadie
me quiere -sollozó Chiqui. No soy tan bueno como los demás perros.
-No
seas tonto -le dijo su mamá. Tú eres muy especial.
Al
día siguiente fue a la casa una niña pequeña.
-¡Oh,
qué bien! Me han guardado uno -dijo riéndose.
Chiqui
miró a su alrededor para ver de quién estaba hablando, pero allí
no había nadie más. De pronto, Chiqui sintió como alguien lo
levantaba y daba varias vueltas con él.
-¡Eres
el cachorro más precioso del mundo! -dijo la niña, que se llamaba
Elena, con una sonrisa.
Chiqui
se sintió un poco mareado, pero le devolvió la sonrisa. Después de
todo, parecía que alguien lo quería.
«Me
pregunto adónde iremos», pensó Chiqui mientras se despedía de su
mamá. Pero enseguida lo averiguó, porque su nueva casa estaba justo
al lado.
Cuando
Chiqui se hizo lo suficientemente mayor, Elena y su padre lo llevaron
a pasear por el bosque. A Chiqui le gustó mucho que su mamá los
acompañase, pero en el bosque se escondió detrás de ella porque le
daba vergüenza que alguien viera lo pequeño que era. De repente,
algo pequeño y suave lo rozó.
-¡Hola,
canijo! -ladró una voz familiar.
Era
su hermano mayor, pero daba la impresión de haber encogido. A Chiqui
sólo le llegaba por el hombro.
-No
es que haya encogido -contestó su mamá, riéndose, cuando Chiqui se
lo dijo bajito al oído. Es que tú has crecido.
Después
se encontraron con dos de sus hermanas y estuvieron jugando. Su madre
los miraba llena de orgullo. Y no pudo evitar reírse cuando Chiqui
se dio la vuelta y ladró:
-¡El
que llegue el último es un bebé!
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anonimo cuento - 061
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