Era
otoño. Los árboles del bosque estaban perdiendo las hojas y el aire
era frío. Todos los animales empezaron a prepararse para el
invierno.
-Ahora
que empieza a hacer frío ya no se consigue tanta comida. Será mejor
que empecemos a almacenar todo lo que podamos para poder pasar el
invierno -dijo el señor Zorro a su mujer una noche, al volver de
cazar.
-Tienes
razón -contestó ésta, haciendo entrar a sus cachorros en la
madriguera.
-Me
gustaría ir a pescar -dijo el señor Oso, pero ahora tendré que
esperar a que llegue la primavera.
-Y,
metiéndose en su cueva, cerró bien la puerta para aislarla del
frío.
-He
de darme prisa o no terminaré a tiempo mi cama de invierno -decía
la señora Ratón mientras corría con un puñado de paja, aunque
enseguida se acurrucó envuelta en su propia cola para entrar en
color.
La
única que no estaba preparada para el invierno era la señora
Ardilla, que saltaba de rama en rama en su árbol.
-Yo
no necesito prepararme para el invierno -presumía. Tengo escondida
una buena reserva de nueces y mi hermosa y tupida cola me mantendrá
caliente. Además, no tengo ni pizca de sueño.
-¿Aún
estás despierta? -se sorprendió el señor Zorro.
-¡Vete
a dormir! -gruñó el señor Oso.
-¡Silencio!
-pidió la señora Ratón, tapándose las orejas con la cola.
Pero
la señora Ardilla no se quería ir a dormir. Seguía bailoteando
arriba y abajo y gritando a todo pulmón:
-¡QUE
BIEN ME LO ESTOY PASANDO!
Y
por fin llegó el invierno. El viento silbaba entre los árboles y el
cielo se volvió gris. Poco después empezó a nevar. Al principio,
la señora Ardilla se lo pasó muy bien haciendo bolas de nieve, pero
no tenía a quién tirárselas. Pronto sintió frío y también
hambre.
-No
pasa nada -se dijo. Tengo unas estupendas nueces para comer. Pero,
¿dónde las puse? -Bajó corriendo del árbol y se encontró con
que una espesa capa de nieve había cubierto la tierra. Empezó a
corretear en busca de sus escondrijos, pero con la nieve todo el
bosque tenía el mismo aspecto y al poco rato se dio cuenta de que
estaba completamente perdida.
-¿Qué
voy a hacer? -gimió. Tiritaba de frío, tenía hambre y su cola
estaba mojada y sucia.
De
pronto oyó una vocecilla, pero miró a su alrededor y no vio a
nadie. Entonces se dio cuenta de que la voz venía de debajo de la
nieve.
-¡Date
prisa! -dijo la voz. Puedes venir conmigo aquí abajo, pero tendrás
que excavar un sendero hasta mi puerta.
La
señora Ardilla empezó a cavar y encontró un sendero que llevaba
hasta una puerta situada bajo el tronco del árbol. La puerta se
abrió lo justo para que la señora Ardilla pudiera meter su cansado
cuerpo.
Entró
en una acogedora habitación con una chimenea encendida junto a la
que se sentaba un duendecillo.
-Te
he oído dar vueltas por ahí arriba y he pensado que a lo mejor
necesitabas refugio -dijo el duende. Ven, siéntate junto al fuego.
La
señora Ardilla aceptó encantada.
-Ésta
no es mi casa -dijo el duende. Creo que perteneció a unos tejones.
Yo me perdí en el bosque, así que cuando encontré este lugar
decidí quedarme hasta la primavera. Aunque no sé cómo encontraré
el camino de regreso a casa.
-Y
una gran lágrima le rodó por la mejilla.
-Yo
he sido una inconsciente -dijo la señora Ardilla. Si no me hubieras
dado cobijo, habría muerto. Estoy en deuda contigo. Si dejas que me
quede aquí hasta la primavera, te ayudaré a buscar tu casa.
-¡Quédate,
por favor! -contestó el duende. Me encantará tener compañía.
-Y
la ardilla se acostó sobre su cola y se quedó dormida.
Y
así fueron pasando los días y las noches hasta que un día el
duende sacó la cabeza por la puerta y exclamó:
-¡La
nieve se ha derretido, la primavera ha llegado! ¡Despierto, señora
Ardilla!
La
ardilla se frotó los ojos y se asomó. Había claros de cielo azul y
se oía cantar a los pájaros.
-¡Súbete
a mi espalda y te enseñaré el mundo! -dijo la señora Ardilla.
Cruzaron el bosque y treparon hasta la copa del árbol más alto de
todos. ¡Ya puedes mirar! -dijo la ardilla cuando se dio cuenta de
que el duende se tapaba los ojos con las manos. Nunca había visto
nada semejante en toda su vida. Ante su vista se extendían montañas,
lagos, ríos, bosques y campos. El duende empezó a dar saltos de
alegría.
-¿Qué
pasa? -preguntó la ardilla.
-¡Veo
mi casa! -gritó el duende, señalando hacia el valle. Y a mis amigos
sentados al sol. Tengo que volver. Gracias por tu ayuda, señora
Ardilla, si no hubiera sido por ti nunca habría vuelto a ver mi
casa.
Y,
bajando del árbol, se encaminó a su hogar a toda prisa. La señora
Ardilla regresó a su árbol, y el señor Zorro, el señor Oso y la
señora Ratón se alegraron muchísimo de verla.
-He
sido una inconsciente, pero he aprendido la lección -les dijo. ¡Y
ahora hayamos una fiesta, que tengo muchas nueces para comer!
Así
que celebraron la primavera por todo lo alto y la señora Ardilla
prometió ser más sensata el próximo invierno.
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anonimo cuento - 061
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