Mamá
Conejo tenía cuatro hijitos preciosos.
Tres
de ellos eran chiquitines, como suaves bolas de pelusilla. Eran muy
mimosos y tranquilos y muy, muy dulces. Nunca hacían ruido y se
portaban siempre como les decía su mamá. El cuarto era Pipo.
Pipo
no se parecía en nada a ninguno de sus hermanos. Era grande y
bullicioso y tenía las putas de conejo más grandes del mundo.
Además, le encantaba saltar. De la mañana a la noche, Pipo saltaba
por todas partes: iPAM!, ¡PAM!, iPAM! Pipo nunca hacía lo que le
decía Mamá Conejo, pero ella lo quería igual.
Una
mañana temprano, Mamá Conejo se despertó con un gran ruido que
hacía temblar y retumbar toda la madriguera. Todo el mundo se
despertó enseguida. Pero, ¿qué era ese ruido?
Era
Pipo, claro, saltando y brincando con sus enormes patas por toda la
madriguera.
-Estoy
segura de que no hace tanto ruido a propósito -dijo Mamá Conejo con
un gran bostezo.
Pipo
salió de un salto y Mamá Conejo fue detrás de él, moviendo el
hocico para comprobar si había peligro. ¿Dónde se había metido?
De
pronto se oyó un escandaloso ¡PAM!, ¡PAM!, ¡PAM!
-Tengo
hambre -dijo Pipo mientras pasaba saltando. ¡Mamá, quiero desayunar
ya!
Mientras
los demás conejitos iban saliendo de la madriguera a la luz del sol,
Pipo dio tres vueltas saltando alrededor del prado.
-iPipo,
deja de dar vueltas y quédate con los otros, que salir por ahí es
peligroso! -dijo Mamá Conejo.
Y
ahora, niños -susurró, vamos a desayunar al campo de zanahorias.
Quedaos cerca de mí no os marchéis por el sendero.
Por
supuesto, Pipo no la escuchó y desapareció de un gran salto por un
agujero que había en la cerca.
-¿Adónde
habrá ido ahora? -dijo su madre.
Al
poco, Pipo reapareció con una lechuga.
-Pipo,
¿de dónde has sacado esta lechuga? -preguntó a su madre.
-De
aquel campo -contestó Pipo.
-Te
podían haber descubierto -dijo Mamá.
-No
te preocupes, soy rapidísimo -contestó Pipo.
-Deprisa,
niños. Tenemos que llegar al campo de zanahorias antes de que el
granjero empiece a trabajar -dijo Mamá Conejo.
Pero,
por supuesto, Pipo en vez de escuchar se estaba comiendo una hoja de
diente de león.
-¡Qué
rica! -murmuraba para sí mismo.
-¡Pipo!
-lo llamó su madre, enfadada. Deja de tragar y sígueme.
Se
escabulló por debajo de la verja, entró en el campo y cogió un
montón de zanahorias.
-Comed
todas las que podáis, pero vigilad por si viene el granjero
-advirtió a sus hijos.
Las
zanahorias eran estupendas, gordas, jugosas y crujientes. En breves
instantes, todos los hermanos de Pipo estaban masticando alegremente.
Pipo saltaba alrededor, royendo y masticando a la vez. ¡Boing!
¡Boing! ¡Boing!
Mamó
Conejo y sus conejitos cruzaron el campo, royendo una zanahoria por
aquí, mordisqueando una hoja por allá, y no se dieron cuenta de que
Peluso, el pequeño de la familia, no los seguía.
De
pronto, Mamá Conejo oyó el ruido del tractor.
-¡Rápido!
¡Que viene el granjero! -grito.
Todos
se escabulleron bajo la cerca. Todos, ¡menos Peluso! Mamá Conejo
vio que el tractor iba directo hacia él. Sus ruedas gigantescas
aplastaban todo lo que se encontraba en el sendero. El pequeñín
estaba acurrucado junto a la cerca, demasiado asustado como pura
moverse. ¿Qué podía hacer Mamá Conejo? De repente, el conejito
Pipo pasó saltando. Con un brinco enorme llegó hasta Peluso y con
otro más sacó a su hermano del sendero justo en el momento en que
lo iba a atropellar el tractor.
-Ya
os dije que soy rapidísimo -dijo Pipo riéndose.
-¡Pipo!
-dijo su madre mientras saltaba hacia ellos. Eres tan...
-¡Ya
sé, ya sé! -contestó Pipo. ¡Soy tan saltarín!
-Así
es -dijo su madre. ¡Qué feliz me siento de tener un conejito tan
salturin como tú!
0.999.1
anonimo cuento - 061
No hay comentarios:
Publicar un comentario