Everest
era uno de los caballos más grandes del mundo y también uno de los
más fuertes. En su juventud ya había sido el doble de grande que
cualquier otro caballo y tiraba de la pesada carreta cargada de
guisantes, patatas, coles, maíz o cualquier otro producto de la
granja. Llevaba al mercado las verduras de la granja y traía a la
granja tus compras del mercado. Tiraba de la enorme máquina que
cortaba el trigo para hacer la harina. También tiraba del gran arado
que removía la tierra, y así el granjero podía plantar las
semillas que se convertían en trigo para hacer la harina... que
luego Everest llevaba al mercado.
¡Vamos,
que lo hacía todo!
Everest
era el mejor... pero de eso hacía muchos años.
-¿Por
qué ahora ya no haces nada? -preguntó el cerdo Rosendo.
-El
granjero cree que soy demasiado viejo -respondió Everest con
tristeza. Sólo quiere ser amable conmigo. Cree que necesito
descansar.
-Seguro
que todavía eres el más fuerte, Everest. ¡Nadie es tan fuerte como
tú! -dijo el cordero Lucero.
El
enorme caballo agachó la cabeza.
-Es
que... yo ya no soy tan fuerte como era -dijo Everest con una
sonrisa. Además, ahora los granjeros no utilizan caballos sino
tractores.
El
viejo caballo tenía mucho tiempo libre para recordar los tiempos en
los que todavía era joven y trabajaba en la granja. Ahora se pasaba
la mayor parte del día comiendo hierba en su prado favorito,
persiguiendo conejos y pollos o mordisqueando el seto. Pero, cuando
la oveja Chirivía, el ganso Patosete o el gato Zarpitas iban a
verle, les contaba anécdotas. A veces les repetía las mismas sin
darse cuenta, pero a ninguno le importaba. Pese a todo, Everest
seguía pensando en el tractor. No es que le echara la culpa, pero es
que él tenía ganas de trabajar.
-¿Por
qué compró el granjero el tractor? -quiso saber Rosendo.
Everest
inclinó la cabeza y suspiró.
-Porque
le gustó el color -contestó. Un día, el granjero le dijo:
-¡Mi
tractor no se pone en marcha! Te iba a pedir ayuda, Everest, pero ya
me imagino que querrás descansar.
Everest
negó con la cabeza.
-Aun
así -dijo el granjero, necesito arar el campo y el arado sólo se
puede sujetar al tractor, no a un caballo ¡No sé lo que voy a
hacer!
Everest
empujó suavemente al granjero hasta la cuadra donde estaba guardado
el tractor. Su arnés y sus riendas también estaban allí. El gran
caballo cogió una vieja correa con la boca, la enganchó a la parte
delantera del tractor y lo arrastró fuera como si tal cosa. A
continuación tiró del arado hasta ponerlo detrás del tractor.
-¿Puedes
tirar de los dos a la vez? -preguntó el granjero.
Everest
asintió. ¡El granjero estaba realmente asombrado! Pero enganchó el
arado al tractor y el tractor al caballo. Everest tiró del tractor y
éste a su vez tiró del arado, y juntos araron el campo más deprisa
que nunca.
Everest
seguía siendo el caballo más grande y el más fuerte... pero ahora,
además, era el más feliz del mundo.
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anonimo cuento - 061
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