Lo
que más les gusta a los gatos de la granja del viejo Martín es
dormitar. A Molinete le encanta holgazanear al sol y Dormilón, tal
como su nombre indica, es prácticamente incapaz de abrir los ojos.
Un
día, estaba Molinete echándose una siestecita cuando, a través de
la ventana de la cocina, oyó al viejo Martín hablando por teléfono.
-El
gato nuevo... -Molinete estaba medio dormido. El viejo Martín siguió
diciendo: Sí, lo necesito porque los dos que tengo no sirven para
nada.
Molinete
bostezó y se desperezó tranquilo y feliz, pero de repente se
enderezó de un salto. ¿Qué? ¿Los gatos ya no sirven para nada?
¿Va a venir uno nuevo? ¡Oh, no! Molinete corrió a donde Perezoso
estaba dormitando, lo despertó y le contó lo que había oído.
-¿Qué
es lo que pasa con nosotros? -bostezó Perezoso, dolido. No entiendo
nada.
-Es
que no hacéis nada más que dormir todo el día -cloqueó la gallina
Enriqueta, que siempre metía el pico en todos los asuntos.
Molinete
y Perezoso se miraron. Sabían que sólo podían hacer una cosa. Diez
segundos más tarde, andaban como locos por el patio de la granja
tratando de que pareciera que estaban de lo más ocupados. Al cabo de
una semana de estar todo el día correteando y toda la noche
maullando, los gatos habían armado un gran revuelo en el patio de la
granja.
-¿Se
puede saber qué os pasa? -les preguntó Bruno, el perro ovejero.
Los
gatos se lo contaron.
-Bien
hecho -ladró Bruno, tratando de no reírse. Es buena idea lo de
impresionar al viejo Martín, aunque yo dejaría de maullar toda la
noche.
Y
se fue, riéndose para sí mismo. Como él era la mano derecha del
viejo Martín, sabía que lo que estaba esperando el granjero era un
gato para cambiar las ruedas del tractor y no otro felino. Pero pensó
que no se lo diría a Molinete y Perezoso, al menos de momento.
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anonimo cuento - 061
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