Había
una vez un cachorro de león que se llamaba Lino. Era muy chiquitín,
pero él estaba seguro de ser el león más valiente de África.
Cuando su madre enseñó a los cachorros a acosar a sus presas, Lino
practicó con ella y se le tiró encima de un salto. Cuando les
enseñó a lavarse la cara, le chupó la cara a su hermana de tal
manera que ésta acabó pegándole un gruñido. Y cuando mamá leona
los llevó a beber a la poza, Lino se tiró al agua con un enorme
chapuzón que empapó a todo el mundo. A las otras leonas no les hizo
ninguna gracia.
-Será
mejor que vigiles a ese hijo tuyo -dijeron a la madre de Lino. Si no,
acabará teniendo auténticos problemas.
Un
día, mamá leona llevó a los cachorros a su primera gran cacería.
-Quedaos junto a mí -les dijo, que os podéis lastimar.
La
leona se arrastró por la maleza y los cachorros la siguieron en
fila. Lino iba el último. La hierba le hada cosquillas y le daban
ganas de reír, pero se esforzó por portarse bien e ir siguiendo la
cola del cachorro que tenía delante.
Siguieron
arrastrándose hasta que Lino empezó a sentirse bastante cansado.
«Pero un valiente león nunca se rinde», pensó, de modo que
continuó caminando.
Por
fin la hierba se abrió formando un claro. Lino se quedó de piedra
cuando vio que la cola que había estado siguiendo, en vez de
pertenecer a alguno de sus hermanos, pertenecía a un bebé elefante.
En
algún punto del sendero había empezado a seguir la cola equivocada
y ahora se encontraba totalmente perdido. Quiso ponerse a llorar
llamando a su mamá, pero en ese momento se acordó de que era el
león más valiente de África. ¿Y qué es lo que hizo? Se puso
delante de la madre elefante 9 le dirigió su más fiero gruñido.
«Esto la asustará», pensó Lino, «no me va a devolver el
gruñido». Desde luego, la elefanta no gruñó, pero levantó la
trompa y barritó con tanta fuerza que Lino salió volando por los
aires y acabó chocando contra el duro tronco de un árbol.
Lino
se incorporó y se dio cuenta de que le temblaban las rodillas.
«¡Cómo
barrita ese elefante!»,pensó, «pero está claro que sigo siendo el
león más valiente de África». Y se puso a cruzar la llanura.
Hacía calor al sol de mediodía y empezó a darle mucho sueño. «Voy
a echar una siestecita en aquel árbol», pensó. Así que empezó, a
trepar por las ramas.
Pero,
para su sorpresa, se encontró con que el árbol ya estaba ocupado
por un gran leopardo. «Le voy a enseñar quien es el jefe», pensó
Lino, sacando sus garras chiquitinas. El leopardo levantó la cabeza
para mirarlo y sacó sus enormes garras afiladas como cuchillos. Ni
siquiera lo tocó. Pero el vendaval que organizó el leopardo al
agitar su gran pezuña barrió a Lino, que se cayó del árbol y
aterrizó en el suelo con un gran batacazo.
Cuando
Lino le temblaban las piernas. «¡Vaya garras enormes que tenía ese
leopardo!», pensó, «pero está claro que sigo siendo el león más
valiente de África».
Y
siguió cruzando la llanura. Al cabo de un rato empezó a sentir
bastante hambre. «No sé qué puedo encontrar para comer», pensó.
Y justo entonces distinguió una sombra echada entre la hierba.
«Parece comida sabrosa», se dijo a sí mismo. Se abalanzó sobre la
sombra, pero ésta resultó ser un guepardo que saltó rápido como
una centella. El torbellino que provocó hizo dar vueltas y más
vueltas a Lino.
Cuando
dejó de girar, se levantó y notó que le temblaba todo el cuerpo.
«¡Vaya un corredor rápido que es ese guepardo!», pensó, «pero
está claro que sigo siendo el león más valiente de África».
Siguió
cruzando la llanura, pero estaba empezando a oscurecer y deseó con
todas sus fuerzas estar en casa con su madre y sus hermanos. «¿Se
habrán dado cuenta de que no estoy?», pensó con tristeza mientras
las lágrimas rodaban por sus mejillas. Tenía frío, estaba cansado
y sentía hambre, así que se acurrucó entre la maleza para dormir.
Al
cabo de un rato, lo despertó el ruido más fuerte que había oído
en su vida. Era incluso más fuerte que el barritar del elefante.
Llenaba el aire de la noche y hacía temblar las hojas de los
árboles. El ruido fue aumentando a medida que el animal que lo
producía se iba acercando. Lino asomó la cabeza de su escondite y
vio una enorme criatura dorada con grandes ojos amarillos que
brillaban en la oscuridad. Tenía una corona de largo pelo dorado
alrededor de la cabeza y abría mucho sus rojas fauces, enseñando
unos colmillos blancos muy grandes. ¡Cómo rugía! Lino estaba
aterrorizado y a punto de darse la vuelta para echar a correr cuando,
de pronto, el animal dejó de rugir y le habló:
-Ven
aquí, Lino -le dijo cariñosamente. Soy yo, tu padre, que he venido
a buscarte para llevarte a casa. Sube a mi espalda.
Lino
se subió a la espalda de su padre, que lo llevó hasta casa. Cuando
llegaron, el padre dijo a su madre y a sus hermanos que Lino había
sido un león muy valiente.
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anonimo cuento - 061
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