El
día de su cumpleaños, Robi estaba muy nervioso. Cuando bajó a
desayunar, encontró sobre la mesa un gran montón de regalos que
abrió de uno en uno. Había un bonito libro con fotografías de
animales salvajes, un coche de carreras de juguete y una gorra de
béisbol. Robi estaba muy contento, pero... ¿y el regalo de sus
padres?
-¡Cierra
los ojos y extiende las manos! -le dijo su madre.
Cuando
volvió a abrirlos, tenía en las manos un gran paquete rectangular.
Lo desenvolvió y apareció una caja, dentro de la cual había un
maravilloso y reluciente tren eléctrico con sus vías.
Robi
se quedó mirando el tren, que consistía en una locomotora y seis
vagones. Era tan bonito que casi no se atrevía ni a tocarlo. Sacó
la locomotora de la caja con sumo cuidado, montó las vías y, al
rato, el tren ya daba vueltas por la habitación. Su gato, Fredi,
entró a admirarlo, y le dio sin querer con la pata y lo descarriló.
La máquina y los seis vagones salieron despedidos de las vías y
acabaron en el suelo.
-¡Mira
lo que has hecho! -se lamentó Robi mientras recogía el tren.
Los
vagones no habían sufrido daños, pero la máquina había chocado
contra la cama y tenía una gran abolladura.
-¡Mi
tren nuevo se ha estropeado! -gritó muy disgustado.
-No
te preocupes, Robi -dijo su madre. Mañana lo llevaremos a que lo
arreglen y lo dejarán como nuevo.
Robi
se entretuvo con el coche de carreras, la gorra de béisbol y el
libro, pero lo que realmente le apetecía era jugar con el tren. Se
fue a dormir y aquella noche dejó la locomotora en el suelo, junto a
la cama.
Por
la mañana, lo primero que hizo fue mirar la pobre locomotora rota.
Esperaba ver el metal abollado, pero la máquina estaba en perfecto
estado. ¡Apenas podía creerlo! Corrió a ver a sus padres mientras
gritaba:
-¡Mirad,
mirad!
Sus
padres se asombraron tanto como él. La locomotora funcio-naba
perfectamente y Robi pasó todo el día jugando felizmente con su
tren, aunque esta vez se aseguró primero de que Fredi no pudiera
entrar en la habitación.
Esa
noche Robi no podía dormir. Intranquilo, daba vueltas en la cama. Y
entonces oyó un ruido. Era el sonido de su tren, que daba vueltas
velozmente en la vía. Indagó en la oscuridad y, en efecto, pudo
distinguir la sombra del tren al pasar rcípidamente. ¿Cómo se
había puesto en marcha el tren? ¡No podía ponerse en marcha solo!
A lo mejor Fredi había entrado en la habitación y le había dado a
la palanca. Cuando sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad,
Robi pudo distinguir sombras en los vagones. ¿Quiénes eran los
misteriosos pasajeros? Se deslizó de la cama y se agachó junto al
tren.
Y
entonces pudo ver que los pasajeros eran personitas pequeñas con
extra-ños sombreros acabados en punta y trajes hechos de hojas.
«¡Duendes!», pensó.
En
ese momento, uno de los duendes descubrió a Robi:
-¡Hola,
tú! -le dijo cuando el tren volvió a pasar velozmente. Vimos que tu
tren se había estropeado y como teníamos tantas ganas de dar una
vuelta, lo arreglamos. ¡Espero que no te importe!
-Robi estaba
demasiado asombrado como para decir nada.
-Ven
a dar una vuelta con nosotros -añadió el duende cuando su vagón se
volvió a acercar.
Cuando
el tren pasó junto a él, el duende se asomó fuera del vagón y
tomó de la mano. Robi notó que se encogía mientras volaba por el
aire al instante, se encontró junto al duende ¡en el vagón de su
propio tren!
-¡Allá
vamos, agárrate fuerte! -gritó el duende, mientras el tren
despegaba de la vía y salía por la ventana. Dime, ¿adónde te
gustaría ir? -añadió.
-¡Al
país de los juguetes! -contestó Robi sin vacilar.
Al
momento, el tren encarriló una vía que subía serpenteando por una
montaña de azúcar blanco y rosa. Junto a las vías vio juguetes que
realizaban sus tareas cotidianas. Una muñeca de trapo se subía a un
brillante coche de hojalata, un marinero de madera le daba cuerda con
una gran llave y la muñeca partía a toda velocidad. Tres ositos de
peluche iban a la escuela con sus mochilas a la espalda. Entonces el
tren se detuvo y Robi y los duendes se bajaron.
-¡Ahora
vamos a divertirnos! -dijo uno de los duendes.
Habían
parado junto a una feria de atracciones de juguete, en la que todas
las atracciones eran de verdad. Los caballos del tiovivo y los coches
de los autos de choque eran auténticos, y cuando se montó en el
cohete del carrusel ¡fue hasta la luna y regresó!
Cuando
uno de los duendes dijo que debían regresar antes del amanecer, Robi
subió al tren agotado y se durmió enseguida. Se despertó de día,
tumbado otra vez en su cama. El tren estaba parado en las vías, pero
en uno de los vagones encontró un papelito en el que ponía:
Esperamos
que lo hayas pasado pasado bien en el país de los juguetes.
Firmado:
Los duendes
0.999.1
anonimo cuento - 061
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