Tigre
no era un tigre de verdad, sino un feroz gatito callejero. La gente
lo llamaba Tigre porque bufaba y arqueaba la espalda cuando se le
acercaba alguien.
-Deberías
ser más amable con las personas -le decía su amigo Pecas. Cuando
las domesticas, no son tan malas.
Pero
Tigre no confiaba en las personas. Si se le acercaban, sacaba las
uñas e incluso les arañaba, así que pronto le dejaron en paz.
Tigre sabía cuidar de sí mismo. No necesitaba a nadie. Por la noche
vagaba por las calles en busca de cubos de basura en los que escarbar
y robaba la comida de los animales domésticos. Durante el día
dormía donde podía: debajo de un arbusto o en el techo de un
garaje.
Una
fría noche de invierno, mientras vagaba por las calles, empezó a
nevar. Pero Tigre descubrió una ventana abierta. «Seguro que ahí
dentro se está seco y hace calor», pensó. Saltó por la ventana y
se encontró en una oscura entrada. «Aquí estaré bien», pensó
Tigre. Se enroscó en una bola y se durmió enseguida. Se encontraba
tan cómodo que durmió todo la noche de un tirón. Cuando por fin se
despertó, no había nadie a su alrededor, pero junto a él había un
cuenco con comida y un plato de agua.
-Seguro
que a nadie le importa -ronroneó Tigre.
Y
se zampó toda la comida. Luego bebió agua y se volvió a marchar
por la ventana.
Aquél
fue el día más frío de la vida de Tigre, así que cuando llegó la
noche y vio que la ventana seguía abierta, no dudó en meterse
dentro. Esta vez la puerta de la entrada estaba entreabierta. Tigre
la abrió del todo y se encontró en una cálida cocina. Allí durmió
estupendamente toda la noche. Cuando se despertó por la mañana,
encontró un cuenco de delicioso pescado y un plato de agua al lado.
-Seguro
que a nadie le importa -ronroneó Tigre.
Devoró
el pescado y lamió el agua que le habían dejado. Esa noche siguió
nevando y el gato regresó una vez más. Esta vez, al ir a dormir
junto al fuego, encontró allí una cómoda cesta.
-Seguro
que a nadie le importa -ronroneó Tigre.
Se
metió dentro y se durmió. Nunca había dormido tan bien. Por la
mañana, vio que había alguien en la cocina. Tigre abrió el ojo
izquierdo, justo una rendija, y vio a un niño que le estaba poniendo
un cuenco junto a la cesta. Abrió los dos ojos y se quedo mirando al
niño, que a su vez miraba a Tigre. El gato se incorporó y se
preparó para bufar y arañar.
-Buen
chico -susurró el niño cariñosamente. Tigre miró el cuenco.
Estaba lleno de leche.
-Seguro
que a nadie le importa -ronroneó.
Y
se la bebió toda. Desde entonces, Tigre acudió a la casa todas las
noches. El niño siempre le daba de comer y de beber y, a cambio, el
gato se dejaba acariciar.
Una
mañana, mientras Tigre jugaba en el jardín con el niño, pasó su
amigo Pecas y le dijo:
-¡Pensaba
que no te gustaban las personas!
-He
descubierto que, cuando las domesticas, son buena gente -respondió
Tigre con una sonrisa. ¡Había dejado de ser un feroz gato
callejero!
Sonia
Pérez estaba tendiendo la colada. Hacía un día precioso y tenía
pensado visitar a su amiga Rosa. «Voy a tender la colada ahora que
brilla el sol», se dijo, « y me pondré en camino».
Al
cabo de un rato, se detuvo y miró en la cesta. «¡Qué raro!»,
pensó, «estoy segura de que ya había tendido la camisa verde y,
sin embargo, está otra vez en la cesta». Y siguió tendiendo la
ropa. Pero al poco tiempo sacudió la cabeza con incredulidad. Aunque
ya llevaba rato tendiendo, la cesta seguía casi llena y en el
tendedero no había casi nada. Estaba empezando a enfadarse porque se
le hacía tarde para ir a casa de Rosa.
Por
mucho que lo intentó, no consiguió tender la ropa. Al final, dejó
la colada húmeda en la cesta y fue corriendo a casa de su amiga.
-Siento
llegar tarde, Rosa -dijo Sonia, casi sin aliento de tanto correr. Y
le contó lo que le había pasado.
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anonimo cuento - 061
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