Erase un conejo astuto que se las
ingeniaba para comer sin trabajar.
Un día que tumbado a la puerta de
su cueva tomaba el sol, acertó a divisar a un burro, desenganchado de un carro
lleno de verduras, mientras el labriego comía.
El conejo se acercó al burro y le
dijo:
-¡Cómo se regala tu amo! Supongo
que a ti te mantendrá bien.
-¡Quía! -respondió el animal con un
rebuzno-. Me da lo indispensable para que pueda trabajar.
-Eso está muy mal. Ahora que está
distraído, quítale del carro unas cuantas zanahorias y coles y guárdalas para
otra ocasión.
-Me verá -contestó el burro, con
otro rebuzno.
-No; yo te las guardaré en mi
casita. Y todos los días, cuando te vea venir, te iré sacando tu ración.
Accedió el borrico, y el conejo guardó
todo en las profundidades de su madriguera y ya no volvió a salir hasta que
necesitó aprovecharse de algún otro pobre burro para seguir viviendo sin
trabajar.
999. Anonimo,
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