Erase una ciudad donde el cielo
estaba siempre cubierto de negras nubes como castigo por el malhumor de sus
gentes. Y cuanto más enfadados estaban más negro se ponía también el cielo y
aquello era el cuento de nunca acabar.
Y como no conocían la alegría y se
volvían más y más gruñones, el cielo se oscureció del todo y también durante el
día andaban con velas en la mano.
Un día llegaron al lugar unos
titiriteros: un mono, un perro y un niño y a la luz de las velas, empezaron la
función. Tantas cabriolas divertidas efectuaron y saltos y gritos burlones, que
empezaron todos a reírse, como no lo habían hecho en todos los días de sus
vidas.
Y cuando el mono imitó a las gentes
del lugar, llevando con gesto grotesco una vela, todos se troncharon de
risotadas.
Y de pronto, ¡oh, maravilla!, el
cielo se fue aclarando, aclarando, hasta que su negrura se transformó en
luminoso azul.
Alguien pensó que el cielo se reía
con ellos y, además de tratar con agradecimiento a los cómicos y colmarles de
regalos se comprometieron a no enfadarse nunca más.
Y ya sólo encendieron las velas en
las noches que no salía la Luna.
999. Anonimo,
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