La hechicera gritaba, amenazante o
suplicante, pero el príncipe no la soltaba. Al fin, ella preguntó:
-¿Se puede saber qué es lo q
deseas?
-Que devuelvas la vida a las
estatuas que veo por toda la colina y me entregue el pájaro dorado.
-¡No! -protestó la bruja.
Pero, algo más tarde, comprendiendo
que jamás se libraría de aquellos brazos poderosos, la hechicera accedió.
Y puso en manos del príncipe el
pájaro dorado. Maravillado él por su belleza, lo besó. Inmediatamente, al
contacto de sus labios, el ave se trocó en una bellísima joven que,
dirigiéndose a las estatuas, proyectó sobre cada una de ellas su delicado
aliento, convirtiéndolas en los caballeros que un día fueron.
Sólo entonces el príncipe soltó los
cabellos de la hechicera, la cual desapareció para siempre.
Y todos, satisfechos y alegres,
regresaron a la ciudad, donde el príncipe y la joven celebraron sus bodas,
entre el regocijo de las gentes humildes, que como siempre, rindieron tributo
al amor.
999. Anonimo
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