La noche en que nació el Niño Jesús
reinó gran alegría en el cielo.
Cerca de la cueva del pesebre
crecían una palmera, un abeto y un olivo. Y los tres árboles fueron testigos de
la llegada de gentes con regalos para el Niño. La palmera dijo a sus vecinos:
-Yo llevaré al Niño mi palma más
grande y bonita.
-Yo le daré aceite de mis frutos
para ungirle los piececitos -dijo el olivo.
El abeto empezó a llorar, porque no
podía darle nada. Y sus lágrimas de resina caían al suelo. Pero, un ángel que
había visto lo ocurrido, llamó a uno de sus compañeros y fueron encendiendo
todas las estrellas de diciembre, de modo que el cielo parecía una infinita
pradera de margaritas.
Y los dos ángeles, de aquellas
estrellas, fueron tomando las más bellas y bajaron a colocarlas en las ramas
del abeto. Ambos se maravillaron de lo hermoso que había quedado el arbolito,
que sonreía de gratitud; radiante de luz y de dicha, fue avanzando despacito y
se puso a la puerta de la cueva.
Los azules ojitos del Niño
brillaron de alegría. Y luego sonrió y su sonrisa fue el mejor premio para el
humilde abeto.
Desde entonces, las piadosas gentes
adornan el abeto en Nochebuena con estrellitas que resplandecen iluminadas por
pequeñas bombillas de colores...
999. Anonimo
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