Aquel invierno estaba siendo
particularmente duro. Los lobos, hambrientos, se aproximaban a los poblados y
los hombres, irritados, con las armas a punto, disparaban sobre ellos.
Sólo uno de los cazadores que se
arriesgaba por la ladera no utilizó jamás su arma. Escuchaba el aullido de los
lobos y sonreía como diciendo:
-También ellos tienen derecho a
vivir.
Cuando el hambre se hizo más
amenazador, aquel joven, en varias ocasiones, sin decirlo a los demás, subía
hasta el sendero de los lobos y les dejaba comida.
Una tarde en que regresaba de la
vecina aldea, en medio de la tempestad, un alud de nieve, procedente de la
montaña, se desplomó sobre el sendero, atrapando al joven.
Y se escuchó el aullido de varios
lobos, llamándose unos a otros y todos corrieron al lugar donde yacía sepultado
su amigo, y escarbaron afanosamente hasta conseguir liberarle. Luego, varios de
ellos se apretaron contra él para darle calor, ya que estaba como muerto de
frío.
Algo después el joven recobró el
conocimiento y los lobos se alejaron y él pudo regresar a la aldea y contar lo
ocurrido.
Pero nadie quiso creerle.
999. Anonimo,
999. Anonimo
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