Los padres de los siete hermanos,
que se morían de pena sin sus hijos, se volvieron locos de alegría cuando los
niños entraron alegremente en la cabaña y les abrazaron llorando.
Con las monedas de oro pudieron
vivir algún tiempo, pero Pulgarcito decidió buscar algún trabajo para ayudar a
la familia.
Y como no se le ponía nada por
delante metió en una bota, llevó la otra arrastrando con ambas manos y ordenó:
-¡Al palacio del rey!
En cuatro saltos, las botas le
dejaron en el salón del trono, ante la mirada atónita de su Majestad.
-¡Muchacho! ¿Qué es esto? Corres
más que el viento...
Pulgarcito, tras una reverencia,
aseguró:
-Señor rey, puedo volar, os lo
aseguro. Creo que soy el mensajero que estáis necesitando.
-Cierto... cierto... Muchacho,
desde hoy serás mi Correo Real. Sírveme bien y no tendrás queja de la paga.
Pulgarcito cumplió a la perfección
el encargo del rey y sus padres y hermanitos se construyeron una casa
confortable en la que todos los días abundaba la comida.
999. Anonimo
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