Kiro pensó que aquel niño guardaba
algún secreto, pues cuando le tomó una mano se encontró ante un paraje
maravilloso.
-Mira, allí está la campana. Has
merecido encontrarla porque tienes buen corazón.
En efecto, la campana se balanceaba
en el cielo y su tañido era arrebatador.
-¿Podré llevármela a mi palacio? -
preguntó Kiro.
-No -replicó el niño vestido de
blanco, que era en realidad el ángel guardián de Kiro-. No volverás a verla,
pero la oirás cuando seas rey y estés a punto de faltar a tu deber.
Aquella noche, el príncipe durmió
en el bosque con el corazón rebosante de dicha. Por la mañana, el niño vestido
de blanco le llevó en su barca hasta la orilla opuesta del río.
-Estaré contigo aunque no me veas
-le dijo.
El príncipe entró en palacio y
relató a su padre lo ocurrido.
Pasaron meses, años... Murió el rey
y Kiro heredó la corona. Las gentes le amaban porque era un buen soberano.
Sin embargo, cuando muy de tarde en
tarde Kiro iba a cometer una falta o se olvidaba del cumplimiento de su deber,
se oía el dulcísimo sonido de la campanita de oro que colgaba del cielo.
999. Anonimo
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