Todos en el lugar
llamaban a la niña de rubias trenzas Caperucita Roja, porque siempre llevaba la
capa de este color pues, siendo muy pequeña, su mamá se la hizo para
preservarla del frío.
Una mañana, la mamá de
Caperucita le dijo:
-Levántate, hija mía. Tu
abuelita está enferma en su casita del bosque y tienes que ir a llevarle
alimentos.
Y ya tenemos a la niña
con su caperuza puesta y su cestita al brazo, cruzando el bosque en dirección
a casa de la abuela.
Iba la niña tranquila,
gozando del perfume de las flores y escuchando el canto de los pájaros,
cuando una brusca voz la sobresaltó:
-¿Cómo por aquí tan
solita, Caperucita Roja?
La pequeña perdió el
color al encontrarse frente al temido Lobo, pero trató de disimular:
-Voy a casa de mi
abuelita, que está enferma, a llevarle unas tortitas y una jarrita de miel.
-Eres una buena niña,
Caperucita, pero por este camino tan largo no llegarás nunca. ¿Ves aquella
senda entre los abetos? Pues síguela y llegarás antes.
La niña agradeció al
Lobo el consejo y siguió su camino por la extraviada senda. El astuto Lobo
había conseguido engañarla y mientras daba tan gran rodeo, el feroz animal
tomaba el atajo hacia casa de la anciana.
Al rato, cansada,
Caperucita se repetía:
-¿Cuándo, cuándo
llegaré?
EN
LA CASITA DEL BOSQUE
En Lobo levantó la pata
y golpeó la puerta de la linda casa rodeada de flores rojas y azules:
-¡Toc... toc...!
-¿Quién es? -preguntó
desde dentro la voz cariñosa de la abuela.
-Soy Caperucita Roja
-contestó el Lobo tratando de afinar su voz.
-¡Qué alegría! -exclamó
la anciana-. Levanta el picaporte y entra.
Con ojos desorbitados
por el terror, la buena anciana descubrió quién era en realidad su visitante.
Pero, haciendo acopio de todas sus fuerzas, saltó de la cama y tuvo el tiempo
justo de encerrarse por dentro en un fuerte armario.
-¡Bah! -despreció el
Lobo-. Caperucita está al llegar y resultará un bocado más exquisito.
Esperaré.
Siempre astuto, se puso
un camisón y una cofia de la abuelita, que sacó de un cajón de la cómoda y se
acostó.
Al rato, llamaron en la
puerta:
- ¡Toc... toc...!
-¿Quién es? -preguntó el
Lobo aflautando la voz.
-Soy tu nieta,
Caperucita Roja.
-¡Qué alegría! Levanta
el picaporte y entra...
¡La tragedia se avecinaba!
EL
VALIENTE CAZADOR
La niña, despacio, se
acercó a la cama de la abuelita, maravillada del bulto que hacía bajo la
colcha.
-¡Oh, abuelita, qué
grande te veo! -dijo Caperucita, dejando la cesta sobre la mesita de noche.
-Seguramente habías
olvidado que soy muy mayor -respondió el astuto animal, ya relamiéndose de
gusto.
-¡Ay, que ojos más
grandes tienes!
-Son para verte mejor.
-¡Oh, abuelita, qué
grandes son tus orejas!
-Son para oírte mejor,
querida niña.
-¡Oh, abuelita, qué
grande es tu nariz!
-Es para olerte mejor,
paloma mía.
Y ya, aterrada,
temblorosa, Caperucita casi gritó:
-¡Oh, abuelita, qué boca
más grande tienes!
-Para devorarte
mejor..., preciosa.
De un salto, el Lobo se
tiró de la cama. Y Caperucita Roja empezó a correr por la casa, dando vueltas y
más vueltas para confundir a su enemigo, mientras gritaba con todas sus
fuerzas.
Quiso el azar que un
cazador, con su escopeta al hombro, pasara cerca y oyera los gritos y
asomándose a la ventana, gritó:
-¿Quién pide socorro?
¿Qué sucede ahí?
El miedo apresó también
al Lobo que, desistiendo de tan suculento banquete, escapó de la casa a todo
correr. Pero el cazador, con la escopeta, le lanzó una descarga de perdigones
que recibió el Lobo donde más podía dolerle. Y, desde aquel día, se cuidó
mucho de perseguir a las niñas y de asustar abuelitas.
Abuela y nieta pudieron
abrazarse, felices y contentas, de haber escapado de tan terrible peligro.
999. anonimo
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