Hace muchísimos años que se hizo
famoso un personaje embustero e ingenioso al que todos llamaban el Barón de la
Castaña.
El país del embustero casi siempre
andaba a la greña con los habitantes del país vecino.
Al barón se le confió la orden de
informar sobre las fuerzas del enemigo. Y vigilante estaba, cuando,
aprovechando el momento en que un artillero acercaba la mecha a uno de los
cañones, saltó con agilidad sobre la bala ya disparada y de la que, en pleno
vuelo, retiró la mecha ardiendo.
Antes de caer ya había contado el
número de soldados y su ordenamiento para el combate.
Allí mismo saltó sobre otra de las
balas disparadas por los cañones reales y regresó al punto de partida con tan
valiosa información.
Concluida la contienda realizó un
viaje a Turquía con cuatro amigos suyos. Zanco Largo se llamaba el uno, otro
Catalejos, el tercero Carga-montañas y el cuarto Soplido Turbulento: Una buena
compañía.
CINCO EN TURQUIA
Y el Barón de la Castaña, con Zanco
Largo, que podía dar la vuelta al mundo en un instante, Catalejo, que veía a
cien kilómetros de distancia, Cargamontañas, el forzudo, y Soplido Turbulento,
ruidoso como una tormenta, visitó al sultán de Turquía, que se divertía mucho con
las fantasías del Barón.
-¿Habéis probado vino mejor que el
mío? -le preguntó un día el sultán.
-Sí señor. Lo guarda en sus bodegas
el emperador de Austria. ¿Qué me daréis si os lo traigo?
Podréis tomar de mi tesoro todo lo
que un hombre pueda cargar a la espalda, pero lo quiero tener aquí hoy mismo.
El Barón envió a Zanco Largo a
Viena. Fue en un momento, pero, al regreso se quedó dormido bajo un manzano. Y
como no regresaba, Catalejo, con su poderosa vista, acertó a divisarle. Soplido
Turbulento se encargó de despertarle, sin moverse de donde estaba.
Antes de terminar el día, el sultán
tenía su vino. Lo probó y dijo:
-En efecto, señor Barón, éste es el
mejor vino del mundo. Os habéis merecido el premio.
El embustero, con la sonrisa en los
labios, se fue en busca de Cargamontañas.
-Ahora te toca a ti -le dijo.
EL COMBATE NAVAL
El amigo forzudo entró en la cámara
del tesoro y se cargó a la espalda varios sacos de oro, perlas y piedras
preciosas. Rápidamente, lo depositaron todo en una nave y salieron a toda vela
por si el sultán cambiaba de opinión.
Navegaban tan contentos cuando
alguien gritó:
-¡Barco a la vista!
-¡Es la flota del sultán y va a
abordarnos! ¡Vamos, Soplido Turbulento! - ordenó el Barón de la Castaña.
El aludido infló sus carrillos y
comenzó a lanzar soplidos que, además del vendaval, provocaron un tremendo
oleaje en dirección a los veleros del sultán. Alguno naufragó y los demás
perdieron las velas, al romperse los palos.
Regocijados y felices, los cinco
pudieron llegar a las costas italianas donde se repartieron el tesoro. Se
habían convertido en los hombres más ricos del país.
Esto es lo que nos contó el Barón
de la Castaña.
999. Anonimo
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