El príncipe Arnaldo, el que buscaba
esposa, se internó en el bosque para satisfacer su afición a la caza; pero los
animalitos, que eran muy astutos, se escondieron en sus nidos y no se dejaron
ver.
Al anochecer, el cazador estaba
hambriento y se quedó dormido bajo los rayos de la luna y cuando al amanecer
salió el sol despertó con gran apetito.
Dejó su caballo atado a un árbol y
se adelantó tratando de hallar algo que llevarse a la boca. Notaba que sus
piernas no le sostenían y se le nublaban los ojos, más de pronto llegó al prado
donde estaban Helga y Gretchen.
-¡Ayudadme, por favor! -suplicó.
Ellas comprendieron por su atavío
que era el príncipe y Helga puso a disposición de Su Alteza todos sus pavos
reales.
-Gracias, muchacha -replicó
Arnaldo. Lo que sobran en mi palacio son pavos reales. La verdad, preferiría
un pato de tu compañera.
Gretchen se apresuró a escoger el
pato más gordo y lo asó.
El príncipe no dejó de él más que
los huesos.
-Además de ser una buena cocinera
-le dijo, eres la muchacha más gentil y bella de estos contornos.
Y se enamoraron, se casaron y
fueron felices años y años y años...
999. Anonimo,
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