Un Príncipe estaba atacado del mal de la melancolía, y ni los más famosos
médicos de la Corte sabían cómo curarle.
‑¡Vete a cazar, amigo! ‑le aconsejó un pajarito un día.
El Príncipe le hizo caso, y en el bosque encontró a una joven muy bella a
quien llevó a Palacio, pues era ciega.
‑¿Cómo puedo ayudarte? ‑preguntó el Príncipe, pues sintió pena por ella muy
sinceramente. Y ella contestó:
‑Busca la fuente del Agua de la Vida. Bebe de ella y trae una botellita
para mí, pues sanará mis ojos.
Eso mismo hizo el Príncipe. Salió de viaje y no volvió hasta haber bebido
de la Fuente milagrosa y llenar un frasco de ella. Por fin regresó. Bañó los
ojos de la joven con el Agua y empezó a ver desde ese momento.
Entonces la joven le dijo:
‑Yo estoy curada; pero, ¿no has notado tú mejoría?
El Príncipe se dio cuenta de que había desaparecido su melancolía y muy
contento, exclamó:
‑¡No sé lo que me ha sanado, si el Agua o el haber ido a buscarla para ti!
¡Cásate conmigo y jamás volverá mi tristeza!
Eso hicieron, y nunca hubo pareja ni Reino más felices.
999. Anonimo
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