Un capellán estaba comiendo en la
posada de una aldea un palomino asado cuando entró un caminante y pidió al
posadero que le diese algo de comer.
El posadero le contestó que lo
único que le quedaba era un palomino y ya se lo había preparado al capellán.
Entonces el caminante rogó al
capellán que compartiese con él la comida y que la pagarían a medias, pero el
capellán se negó y continuó comiendo.
El caminante sólo tomó pan y vino.
Cuando el capellán terminó de comer le dijo:
-"Habéis de saber, reverendo,
que aunque no hayáis aceptado compartir conmigo la comida, el palomino nos lo
hemos comido entre los dos, vos con el sabor y yo con el olor"
Respondió el capellán:
- "Si eso es así, tendréis que
pagar vuestra parte del palomino"
Comenzaron a discutir y como el
sacristán de la aldea estaba en la posada le pidieron que actuara como juez en
la disputa.
El sacristán le preguntó al
capellán cuánto le había costado el palomino. Contestó que un real. Mandó al
caminante que sacase medio real y lo dejó caer sobre la mesa haciéndolo sonar y
le dijo al capellán:
- "Reverendo, con el sonido de
esta moneda tened por pagado el olor del palomino"
Dijo entonces uno de los huéspedes
de la posada:
- "A buen capellán mejor
sacristán"
Cuento popular recogido por
Juan de Timoneda (S. XVI) en su libro Sobremesa y alivio de caminantes (Cuento
LXXII)
(Versión
infantil, "El huevo de chocolate")
999. Anonimo
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