Lluiset, asombrado, se preguntaba
cuál sería aquel camino luminoso que él desconocía. Pero de pronto, cerca de la
gruta de la Virgen, descubrió en el suelo una línea de puntitos luminosos que
le marcaban un camino.
-¡Pero...! ¡Si son luciérnagas!
Confiando en la Virgen y en lo que
había escuchado, siguió aquel sendero durante muchas horas y al final, con el
cielo ya aclarado, descubrió su rebaño, que pastaba tranquilamente la jugosa
hierba refrescada por la lluvia.
Lluiset estaba seguro de que la
Virgen había escuchado sus plegarias. Y todos los años subía a la cueva con
toda su familia, para agradecer a la Virgen su gran favor.
Han pasado muchos años, y los
habitantes de aquella comarca recuerdan el favor de la Virgen y tienen por
costumbre subir con antorchas hasta la gruta donde aún se venera la imagen de
Nuestra Señora de las Nieves.
999.
Anonimo
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