Patitas
salió de puntillas al oscuro patio de la granja. Mamá le había
dicho que se quedara en el establo hasta que fuera lo suficientemente
mayor como para salir de noche, pero él se sentía impaciente. No
había llegado muy lejos, cuando de repente algo le rozó las orejas.
Sintió un escalofrío y el pelo de la espalda se le empezó a
erizar. Comprobó aliviado que sólo había sido un murcié-lago. En
el establo había muchos.
Un
fuerte grito resonó entre los árboles y una sombra bajó planeando
y atrapó algo. «No es más que una lechuza», pensó Patitas, «no
tengo que tener miedo». Mientras se deslizaba sigiloso y nervioso en
la oscuridad, Patitas no dejaba de preguntarse si en el fondo habría
hecho bien. En cada esquina se oían extraños crujidos y, cuando al
pasar junto a la pocilga próxima el cerdo lanzó un gran gruñido,
no pudo evitar dar un salto.
De
repente, se quedó paralizado. Junto al gallinero, dos ojos brillaban
en la oscuridad mientras se le iban acercando. ¡Debía de ser el
zorro! Sin embargo, vio con sorpresa que se trataba de su madre.
-¡Vuelve
al establo! -le dijo con severidad.
Patitas
obedeció muy contento. Después de todo, ¡quizá era mejor esperar
a hacerse mayor para salir por la noche!
0.999.1
anonimo cuento - 061
No hay comentarios:
Publicar un comentario