Oscar,
el cachorro de labrador, estaba loco por la comida. Le daba igual lo
que fuese y tampoco le importaba a quién perteneciese.
-Te vas a
engordar -le advirtió Tom, el gato de la granja.
Pero
Óscar estaba demasiado ocupado masticando una deliciosa raspa de
pescado como para darse por aludido. Aquel día, Óscar se sentía
aún más tragón que de costumbre. Antes de desayunar, se escabulló
en la cocina y se comió las galletas de Tom. Después desayunó
sardinas frescas y leche, a continuación hizo una pequeña pausa y
más tarde se comió la avena del caballo. Al caballo no pareció
importarle.
Más
tarde echó un sueñecito y se despertó con mucha hambre, así que
se terminó las golosinas de los cerdos. Pero esto no le quitó el
apetito.
Después
de un ligero almuerzo, Oscar seguía teniendo ganas de comer, así
que devoró el pastel de carne que el granjero Juan había dejado en
el alféizar de la ventana. Seguramente, porque no lo quería. Luego
volcó el cubo de la basura y estuvo revolviendo tos restos de
comida. Estaba lleno de sobras deliciosas.
Era
el momento de echar una siestecita antes de meterse a escondidas en
la vaquería a la hora de ordeñar. A Oscar le encantaba lamer lo que
quedaba en el balde de leche fresca cuando el granjero Juan no
miraba.
La
cena era su comida favorita. Era asombroso ver a qué velocidad era
capaz de comerse un enorme cuenco de carne y galletas. Antes de irse
a dormir, Oscar se daba una vuelta por el patio para recoger las
sobras que habían dejado las gallinas. ¿A que era un cachorro muy
diligente?
Estaba
masticando un trozo de pan especialmente sabroso cuando vio algo
negro por el rabillo del ojo. Era Tom, el gato de la granja, que
salía a dar su paseo nocturno. Y lo que más le gustaba a Oscar era
comerse la cena de Tom sin que éste se diera cuenta. Así que cruzó
el patio corriendo, dio la vuelta al establo y entró por la gatera.
-¡Guau,
guau! -aulló Óscar al quedarse atascado en la gatera. Con todo lo
que había comido el muy glotón, le había crecido tanto la tripa
que ya no cabía.
-¡Ja,
ja! -se reían los animales de la granja. Pensaban que le estaba bien
empleado por haberles quitado a todos la comida.
-Vaya,
vaya -sonrió Tom, que había vuelto al oír todo aquel jaleo.
Cogió
a Oscar por las patas y probó a sacarlo tirando. Luego intentó
sacarlo empujando, pero no hubo forma. Entonces, todos los animales
se pusieron a tirar y tirar a la vez hasta que, ¡PLOF!, Oscar salió.
Oscar
se sintió tan avergonzado que nunca más se comió la comida de
nadie ¡o menos que se la ofrecieran!
0.999.1
anonimo cuento - 061
buen cuento
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