Las
ovejas son encantadoras, pero no son precisamente los animales más
inteligentes del mundo. Siempre van una detrás de otra sin pararse a
pensar si será una buena idea o no. Cuando la que va delante es
María, suele no serlo.
Un
día se le ocurrió a María que la hierba del prado vecino era más
verde y jugosa que la del prado donde se encontraban.
-¡Vamos,
chicas! -baló. ¡Seguidme!
De
un salto, María pasó la valla y entró en el prado contiguo. Al
momento la siguieron las demás ovejas.
Cuando
llevaban una hora pastando, se le ocurrió a María mirar por encima
de la tapia. Allí la hierba tenía aún mejor aspecto.
-iSeguidme!
-baló de nuevo.
Se
marchó y las demás ovejas corrieron detrás de ella.
Al
final de la tarde, María y sus amigas se dieron cuenta de que se
habían alejado mucho de la granja del viejo Martín y se encontraban
¡totalmente perdidas!
-No
tengo ni idea de dónde estamos -dijo María, mirando a su alrededor.
Uy, ahora no puedo pensar. Me voy a dormir.
Y
claro, todas las demás ovejas se durmieron también inmediatamente.
Pero
las ovejas, cuando se despiertan, tienen hambre.
Por
eso, cuando María se despertó al día siguiente, se olvidó de
buscar el camino de vuelta a casa y se puso a devorar sabrosa hierba.
¡Ya te puedes imaginar lo que hicieron las demás ovejas!
María
cruzó el prado pastando y llegó hasta un seto. Más allá del seto
había otro prado y su hierba parecía aún más sabrosa.
-¡Seguidme,
chicas! -baló.
Así
que con un salto y con un brinco el rebaño se metió en el prado y
empezó a almorzar.
Lo
mismo sucedió a la hora de la comida, de la merienda y de la cena.
Hasta la hora de irse a dormir, María no se acordó de que estaban
muy lejos de casa.
-Ahora
debemos de estar lejísimos -baló, entristecida.
-¡Pero,
maaamáóó...! -se quejó su corderito.
-Recuérdamelo
por la mañana -replicó María.
-Pero,
maaamááá... -lo intentó el corderito de nuevo.
-Vete
a dormir, pequeño -dijo María. Mañana volveremos a casa.
-¡Pero,
MAAAMÁÁÁ! -gritó el corderito con todas sus fuerzas. ¡Ya
estamos en casa! ¡Mira! ¿No lo ves?
Y,
en efecto, aquél de delante era el prado del viejo Martín.
El
humo de la chimenea de la granja flotaba en el aire nocturno y el
viejo Martín estaba de pie junto a la puerta de la verja. Sin darse
cuenta, María las había llevado a todas de vuelta a casa.
Así
que, aunque las ovejas no sean inteligentes, a veces tienen una forma
muy inteligente de ser tontas. ¡Ya sabes lo que quiero decir!
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anonimo cuento - 061
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