El
viejo Martín le tenía cariño a su tractor, aunque le daba tanta
guerra como el más travieso de los pollitos.
-He
de arar el campo más lejano antes de que nazcan los corderos -se
quejó el viejo Martín, a ver si me da tiempo.
Pero,
el tractor no se puso en marcha. Carraspeó y jadeó, y salieron un
par de nubecillas de humo negro del tubo escape, pero no se oyó el
estruendo que tanto le gustaba oír al viejo Martín.
-Voy
a tener que llamar al mecánico -dijo, enfadado, mientras se dirigía
hacia la casa.
Pero
por desgracia el mecánico estaba ocupado el resto de la semana.
-Escucha
atentamente, que te diré lo que tienes que hacer -dijo amable-mente
al viejo Martín.
Cuando
el granjero regresó al establo, llevaba la mente llena de tubos,
clavijas y bombas, pero no estaba muy seguro de haber entendido lo
que le había dicho el mecánico.
Pero,
en cuanto abrió la tapa del motor, supo exactamente cuál era el
problema y se le pasó el enfado de golpe. Una ratoncita había hecho
su nido allí y estaba muy ocupada cuidando de seis bebés
chiquitines.
-No
te preocupes -susurró el viejo Martín en voz baja. Os voy a buscar
un sitio mejor para vivir.
Así
que el viejo Martín empezó a buscar por el establo un sitio
especial donde la ratoncita y su familia pudieran vivir. Tenía que
ser un lugar cálido y acogedor al que los gatos no pudieran llegar.
Rebuscar
entre los trastos y el desorden acumulados en el establo era un
trabajo duro, por lo que al cabo de un rato el viejo Martín se quitó
el abrigo y lo colgó de una viga. Al final de la mañana el establo
estaba mucho más ordenado, pero todavía no había encontrado un
hogar para la familia de ratones.
-¡A
comer! -lo llamó su mujer. ¡Y ni se te ocurra traerme esos
ratoncillos a la cocina!
Pero
al ir a descolgar su abrigo de la viga, se le ocurrió de repente una
buena idea... Diez minutos más tarde, los ratones tenían una bonita
casa nueva y el viejo Martín pudo por fin disfrutar de su comida.
Ordenar el establo le había dado hambre y estaba muy contento porque
había encontrado una casa para los ratoncillos.
-Ahora
me voy a ir a arar -dijo a su mujer cuando acabaron de comer. ¿Dónde
está mi abrigo viejo?
La
señora Martín lo miró sorprendida.
-¿Por
qué? -empezó a preguntar, pero de pronto sonrió.
Me
imagino que le has prestado a alguien tu abrigo por una tempo-rada.
El
viejo Martín encontró su abrigo viejo y regresó al establo. Esta
vez el tractor se puso en marcha con todo su estruendo.
-Nada
de ruido hasta que salgamos, amigo -dijo el viejo Martín con una
sonrisa. ¡No vaya a ser que despertemos a los ratoncitos!
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anonimo cuento - 061
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